miércoles, 30 de marzo de 2011

Contra la tolerancia


Contra la tolerancia

No hace mucho Jordi Llovet se hacía elogioso eco en estas mismas páginas de la aparición de una excelente, completísima, versión catalana de una de las obras clásicas de Nietzsche, L'Anticrist (Llibres de l'Índex), a cargo de Antonio Morilla y traducida por Marc Jiménez. Dejando de lado el notable valor de la edición, convendría poner el acento en una cualidad especial que cabe atribuirle, tal como subrayó Miguel Morey en su presentación: la de la actualidad de un desenmascaramiento de lo que Nietzsche llama compasión y nosotros podemos identificar, ahora y aquí, con la tan exitosa noción de tolerancia.

El Anticristo es una obra en que su autor denuncia los estragos de los "buenos sentimientos", esa especie de salivilla repulsiva que se escapa de la comisura de los labios de los exhibicionistas de la bondad, que afirman combatir la miseria ajena pero que hacen lo posible por conservarla y multiplicarla, puesto que al fin y al cabo viven de y por ella. Nada más malsano, nos dirá Nietzsche, que ese culto a la pobreza y al fracaso que hay tras la misericordia cristiana, cuya variante laica actual sería lo que algunos etiquetan con el eufemismo "solidaridad". Nietzsche despreciaba "aquella tolerancia que todo lo perdona porque todo lo entiende". "¡Antes vivir en medio del hielo que en medio de las virtudes modernas y otros vientos del sur!", clama el sabio en la primera página de la obra.

Las cosas no han cambiado demasiado. Hoy, peores que los racistas son los virtuosos del diálogo entre culturas, de la cooperación entre pueblos, los cultivadores afectados de la "apertura al otro", todos aquellos que se refugian en ciertas ONG dedicadas a suplantar a los humillados y usurpar su voz. Una equiparación a la que, por cierto, también llegaba Àlex Rigola en su lúcida relectura de Santa Joana dels Escorxadors, en cuya escena final la joven idealista -encarnación perfecta de ese virtuosismo vicioso que Nietzsche aborrece- recibe de los poderosos una banderita de la ONU, una manera de identificar la falsa generosidad de los Capuchas Negras de la obra de Brecht con la de las actuales organizaciones de apoyo al desarrollo que se han constituido en nuevo factor de intervención imperialista en los países dominados.

¿Qué es ser "tolerante" en la actualidad? En su notable Ellos y nosotros (Ministerio de Educación), Mikel Aramburu nos describe cómo los vecinos más pobres del Raval, que suelen responder en términos racistas a las encuestas y cuyo número provoca la alarma mediática, llevan a sus hijos a los mismos colegios públicos del barrio a los que acuden los hijos de los inmigrantes, con los que acaban mezclándose. En cambio, los pulcros profesionales que han adquirido pisos nuevos en la zona y que jamás contestarían de forma inadecuada a una entrevista sobre actitudes hacia los extranjeros, matriculan a sus hijos en colegios privados o concertados o en escuelas públicas alejadas del barrio, donde puedan estar a salvo de los aspectos menos amables de la diversidad. Ellos son los "tolerantes" de nuestros días.

En una sociedad en que ha quedado por fin abolida la lucha de clases en nombre de la "convivencia entre culturas", es indispensable que cunda el discurso moralizante de la mutua empatía entre distintos, la estética Benetton de la diferencia. Tras ella se oculta y legitima el abuso como forma de administración de lo humano. Como si de pronto se hubiera hecho posible el sueño dorado totalitario de una superación sentimental de los conflictos en nombre de valores abstractos mostrados como los más elevados. Eso es lo que se nos repite desde los altavoces oficiales: "Tended vuestra mano al distinto; demostradle una vez más que vuestra superioridad consiste en que no os sentís -aunque os sepáis- superiores". Modalidad actual de uno de los lemas más astutos que ha sido capaz de inventar y esgrimir el poder: "Amaros los unos a los otros, como yo os he amado".

En resumen, el racismo es hoy ante todo "tolerante". La explotación, la exclusión, el acoso... todo eso aparece hoy disimulado bajo vaporosas invocaciones a las buenas vibraciones entre culturas. Para ello somos colocados ante todo tipo de ferias organizadas por clubes de bondadosos solidarios: semanas de la tolerancia, jornadas interculturales, etcétera. En ellas la pluralidad humana, la misma que podemos ver desplegándose a nuestro alrededor por la calle, es instalada entre comillas en recintos cerrados, con frecuencia de pago, en las que el visitante es invitado a mirar como si fuese un turista a quienes han venido a vivir a su lado. En un texto reciente del colectivo Espai en Blanc se puede leer: "En las fiestas de la diversidad y en las escuelas multiculturales aprendemos las recetas de cocina de el otro, las fechas de su calendario y los nudos de su kimono o de su chador. Bajo tanto exotismo se cierra el espacio para las verdaderas preguntas: ¿Cuándo saliste de tu casa? ¿Qué has dejado allí? ¿Qué has encontrado? ¿Cuánto ganas? ¿Estás sola?".

Vigencia, por tanto, del desprecio de Nietzsche hacia esa babosidad cristianoide que ama revolcarse en la resignación y la mentira y que no es más que falso compromiso o compromiso cobarde. Porque ese discurso multicultural que proclama respeto y comprensión no es más que pura catequesis al servicio del Dios de la pobreza, de la desesperación, de la cochambre, demagogia que elogiala diversidad luego de haber desactivado su capacidad cuestionadora, de haberla sustraído de la vida. De la actual tolerancia humanitarista Nietzsche podría decir lo mismo que de aquella que le tocó contemplar en su tiempo y denunciar en El Anticristo: que para ella "abolir cualquier situación de miseria iba en contra de su más profunda utilidad, ella ha vivido de situaciones de miseria, ha creado situaciones de miseria con el fin de eternizarse". 

Manuel Delgado es profesor de Antropología en la Universidad de Barcelona.

Otros artículos y visiones sobre el tema:

martes, 29 de marzo de 2011

La verdad de Agamenón y su porquero



"Glosa de la Niña de los Peines"
(Petenera) - Mayte Martín
Quisiera yo renegar / de este mundo por entero.
Volver de nuevo a habitar / -madre de mi corazón-
por ver si en un mundo nuevo / encontraba más verdad.


"No fueron los que inventaron la mentira (pues la mentira nunca fue inventada sino que nació por reflejo necesario de la invención de la verdad), sino los que inventaron la verdad quienes hicieron falaz a la palabra. La palabra, que había nacido sólo para ser ficción -ilustración imaginaria con la que los hombres podían repetirse en simulacro sus acciones, sentados junto al fuego-, se hizo madre de engaños cuando se la erigió en decidora de verdades."  Rafael Sánchez Ferlosio

Dice el comienzo del Juan de Mairena:
"La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero.
Agamenón.- Conforme.
El porquero.- No me convence. "


"(Interpretación arbitraria del Initium del «Juan de Mairena»)
Texto:
«La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero.
Agamenón. — Conforme.
El porquero. — No me convence.»
Interpretación:
Los comentarios de Aga­menón y del porquero, al hablar por propia voz, teatralizan el texto, haciendo sonar, retroactivamente, el enunciado inicial como algo dicho por una tercera voz, por otra pri­mera persona. Puesto que ese tercero deja así, inevitablemente, de ser Juan de Mairena, surge por fuerza la pregunta de quién es. No es ninguna osadía colegir que no puede ser más que un cortesano, un profeta —o filóso­fo— de corte, un mandarín o, finalmente, como hoy diríamos, «un intelectual orgáni­co»; un ilustrado leído y escribido a quien la corte ha encomendado la función de excogi­tar y de decir —o dictar— no sólo la verdad sino también, como aquí, la verdad de la ver­dad (o sobre la verdad), que es, por defini­ción, una y única para reyes o porqueros, como uno y único es en su reino el rey Aga­menón. La verdad es, por definición, la verdad del rey Agamenón, y es tan verdad que no lo es porque la diga el señor Agamenón, sino que seguiría siéndolo aunque el señor porquero la dijese. El porquero es iletrado e ignorante, pero suspicaz, y hay algo en la unívoca y taxativa declaración del mandarín que no acaba de sonarle; es además un buen subdi­to, leal —y quizá hasta agradecido— a su se­ñor, pero es, a la vez, demasiado honesto para no declarar su corazón, o, como diría el Calila e Dimna, su poridat, y dice: «No me convence».

Glosas:
La honradez del porquero lo aleja también —y con horrorizado escándalo si llegase a conocerla— de la cínica lucidez de Humpty Dumpty: «No es el sentido de las palabras lo que importa; lo que importa es saber quién manda». Fue este mismo princi­pio el que, de hecho y avant la lettre, se con­sagró en Nicea, cuando el emperador Cons­tantino, que —aún por bautizar— tenía la presidencia del Concilio, zanjó toda discor­dia sobre la omoousía o consubstancialidad, dictando que todos los padres sinodales aca­tasen la palabra literal, pero con plena liber­tad para interpretarla cada cual según su en­tendimiento.En fin, sobre esta Reina una y única y unívoca que los mortales llaman La Verdad, ¿no querrá acaso también decirnos algo el episodio de la Biblia (Reyes I, 22) que cuenta la desastrosa incursión del rey Acab de Israel contra el reino de Damasco por la soberanía sobre Ramot de Galaad? Aquí es Sedecías, hijo de Canana, y jefe o portavoz, al parecer, de los 400 profetas de corte, quien, en las consultas previas sobre la expedición, resuel­ve y dictamina la verdad, o sea, por defini­ción, la verdad del rey, que en este caso es una profecía: la predicción del éxito de la empresa militar contra los sirios. Pero he aquí que el piadoso Josafat, rey de Judá, y aliado de Acab en la ocasión, no se conforma con el veredicto de los profetas de corte del reino de Israel, y le pregunta a Acab por al­gún otro profeta. Acab contesta: «Hay toda­vía otro hombre por quien podríamos con­sultar a Yavé: Miqueas, hijo de Yemla; pero yo lo aborrezco, por que nunca me predice bien alguno, jamás me profetiza más que males». Josafat lo reprende: «No hable así el rey», y Acab manda a buscar a Miqueas, que es un hombre del desierto («Yo aúllo como chacal y gimo como avestruz») o, como hoy diríamos, un outsider, para que comparezca ante la corte. Comparecido, a la primera in­terrogación de Acab: «¿Atacaremos a Ramot de Galaad o debemos desistir de ello?», Mi­queas contesta con la verdad del rey: «Ataca, que tendrás buen éxito y Yavé la entregará en tus manos». Pero Acab lo conoce y le re­plica airado: «¿Cuántas veces tendré que conjurarte que no me digas más que la verdad en nombre de Yavé?», y entonces Mi­queas le cambia el veredicto, profetizando la derrota del ejército y la muerte del rey en la batalla.
El cumplimiento de esta profecía nos da a entender que la intención ejemplar del texto bíblico está en contraponer a la verdad del rey la verdad de Yavé, o sea de Dios. Pero la verdad de Dios, a quien no en vano se ensalza como «Rey de reyes y Señor de los que dominan», resulta ser, si cabe, to­davía más una, única, unívoca y hasta abso­luta que la verdad del rey; y el hecho de que ante ella cada rey pueda llegar a hacerse, a su vez, tan suspicaz como el porquero ante la verdad de Agamenón, diciendo: «No me con­vence», no debe tentar a nadie a caer en la demasiado conciliadora y confortante solu­ción de concebir la verdad de Dios como la verdadera verdad de los porqueros de ver­dad, pues también la verdad de Dios surge de boca de sus propios mandarines. La verdad no es la verdad ni aunque la diga el porquero de los dioses o el dios de los porqueros. Será siempre una sucia invención de mandarines."

(Rafael Sánchez Ferlosio, Vendrán más años malos y nos harán más ciegos, págs 181-185, ed. Destino, Barcelona 1993)

Más sobre:
Agamenón y su porquero

Consejos, sentencias y donaires de Juan de Mairena y de su maestro Abel Martín (extractos)


 Dicen otros versos del poeta:

Dice la razón: Busquemos
la verdad.
Y el corazón: Vanidad.
La verdad ya la tenemos.
La razón: ¡Ay, quién alcanza
la verdad!
El corazón: Vanidad.
La verdad es la esperanza.
Dice la razón: Tú mientes.
Y contesta el corazón:
Quien miente eres tú, razón,
que dices lo que no sientes.
La razón: Jamás podremos
entendernos, corazón.
El corazón: Lo veremos.
_ . _

Hay dos modos de conciencia:
una es luz, y otra, paciencia.
Una estriba en alumbrar
un poquito el hondo mar;
otra, en hacer penitencia
con caña o red, y esperar
el pez, como pescador.
Dime tú: ¿Cuál es mejor?
¿Conciencia de visionario
que mira en el hondo acuario
peces vivos,
fugitivos,
que no se pueden pescar,
o esa maldita faena
de ir arrojando a la arena,
muertos, los peces del mar?

viernes, 25 de marzo de 2011

"Ampliación del campo de batalla": Michel Houellebecq 1.0

Ampliación del campo de batalla
Michel Houellebecq
Título original: Extension du domain de la lutte
Trad. Encarna Castejón
Col. Compactos, nº 259
Anagrama, 2001

Mirame a los ojos (1977)- Seguiriya de E. Morente 



EXTRACTOS de "Ampliación del campo de batalla" (1994), primera novela del autor.

Está entrada la noche, el día se acerca.
Despojémonos pues de las obras de las
tinieblas y revistamos las armas de la luz.
Romanos, XIII, 12
1.3.
La dificultad es que no basta exactamente con vivir según una norma. De hecho consigues (a veces por los pelos, por los mismos pelos, pero en conjunto lo consigues) vivir según la norma. Tus impuestos están al día. Las facturas pagadas en su fecha. Nunca te mueves sin el carnet de identidad (¡y el bolsillito especial para la tarjeta VISA!...).
Sin embargo, no tienes amigos.
La norma es compleja, multiforme. Aparte de las horas de trabajo hay que hacer las compras, sacar dinero de los cajeros automáticos (donde tienes que esperar muy a menudo). Además, están los diferentes papeles que hay que hacer llegar a los organismos que rigen los diferentes aspectos de tu vida. Y encima puedes ponerte enfermo, lo cual conlleva gastos y nuevas formalidades.
No obstante, queda tiempo libre. ¿Qué hacer? ¿Cómo emplearlo? ¿Dedicarse a servir al prójimo?
Pero, en el fondo, el prójimo apenas te interesa. ¿Escuchar discos? Era una solución, pero con el paso de los años tienes que aceptar que la música te emociona cada vez menos.
El bricolaje, en su más amplio sentido, puede ser una solución. Pero en realidad no hay nada que impida el regreso, cada vez más frecuente, de esos momentos en que tu absoluta soledad, la sensación de vacuidad universal, el presentimiento de que tu vida se acerca a un desastre doloroso y definitivo, se conjugan para hundirte en un estado de verdadero sufrimiento.
Y, sin embargo, todavía no tienes ganas de morir.
Has tenido una vida. Ha habido momentos en que tenias una vida. Cierto, ya no te acuerdas muy bien; pero hay fotografías que lo atestiguan. Probablemente era en la época de tu adolescencia, o poco después. ¡Qué ganas de vivir tenias entonces! La existencia te parecía llena de posibilidades inéditas. Podías convertirte en cantante de variedades; o irte a Venezuela.
Más sorprendente aun es que has tenido una infancia. Mira a un niño de siete años que juega con sus soldaditos en la alfombra del salón. Te pido que lo mires con atención. Desde el divorcio, ya no tiene padre. Ve bastante poco a su madre, que ocupa un puesto importante en una firma de cosméticos. Sin embargo juega los soldaditos, y parece que se toma esas representaciones del mundo y de la guerra con vivo interés. Ya le falta un poco de afecto, no hay duda; ¡pero cuanto parece interesarle el mundo!
A ti también te interesó el mundo. Fue hace mucho tiempo; te pido que lo recuerdes. El campo de la norma ya no te bastaba; no podías seguir viviendo en el campo de la norma; por eso tuviste que entrar en el campo de batalla. Te pido que te remontes a ese preciso momento. Fue hace mucho tiempo, ¿no? Acuérdate: el agua estaba fría.
Ahora estás lejos de la orilla: ¡ah, sí, qué lejos estás de la orilla! Durante mucho tiempo has creído en la existencia de otra orilla; ya no. Sin embargo sigues nadando, y con cada movimiento estás más cerca de ahogarte. Te asfixias, te arden los pulmones. El agua te parece cada vez más fría, y sobre todo cada vez más amarga. Ya no eres tan joven. Ahora vas a morir. No pasa nada. Estoy ahí. No voy a abandonarte. Sigue leyendo.
Vuelve a acordarte, una vez más, de tu entrada en el campo de batalla.
Las páginas que siguen constituyen una novela; es decir, una sucesión de anécdotas de las que yo soy el héroe. Esta elección autobiográfica no lo es en realidad: sea como sea, no tengo otra salida. Si no escribo lo que he visto sufriría igual; y quizás un poco más. Un poco solamente, insisto en esto. La escritura no alivia apenas. Describe, delimita. Introduce una sombra de coherencia, una idea de realismo. Uno sigue chapoteando en una niebla sangrienta, pero hay algunos puntos de referencia. El caos se queda a unos pocos metros. Pobre éxito, en realidad.
(...)
Mi propósito no es hechizarte con sutiles observaciones psicológicas. No ambiciono arrancarte aplausos con mi sutileza y mi sentido del humor. Hay autores que ponen su talento al servicio de la delicada descripción de distintos estados de ánimo, rasgos de carácter, etc. Que no me cuenten entre ellos. Toda esa acumulación de detalles realistas, que supuestamente esboza personajes netamente diferenciados, siempre me ha parecido, perdón por decirlo, una pura chorrada. Daniel, que es amigo de Herve pero que siente algunas reticencias respecto a Gerard. El fantasma de Paul, que se encarna en Virginia, el viaje a Venecia de mi prima…, así nos podríamos pasar horas. Lo mismo podríamos observar a los cangrejos que se pisotean dentro de un tarro (para eso basta con ir a una marisquería). Por otra parte, frecuento poco a los seres humanos.
Al contrario, para alcanzar el objetivo que me propongo, mucho más filosófico, tengo que podar. Simplificar. Destruir, uno por uno, multitud de detalles. Además, me ayudará el simple juego del movimiento histórico. El mundo se uniformiza ante nuestros ojos; los medios de comunicación progresan; el interior de los aparta-mentos se enriquece con nuevos equipamientos. Las relaciones humanas se vuelven progresivamente imposibles, lo cual reduce otro tanto la cantidad de anécdotas de las que se compone una vida. Y poco a poco aparece el rostro de la muerte, en todo su esplendor. Se anuncia el tercer milenio.
(...)

2.7.
(...) Había recuperado algunos en una fábula de animales titulada Diálogos de un teckel y un caniche, que podría calificarse de autorretrato adolescente. En el último capítulo de la obra, uno de los perros le leía a su compañero un manuscrito descubierto en el archivador de su joven amo: (...)
“Tras haber recorrido con una lenta y fría mirada el escalonamiento de los diversos apéndices de la función sexual, creo que ha llegado el momento de exponer el teorema central de mi apocrítica. A menos que ustedes detengan el implacable avance de mi razonamiento con esta objeción que, magnánimo, les dejaré formular: “Busca usted todos sus ejemplos en la adolescencia, que sin duda es una etapa importante de la vida, pero que al fin de cuentas ocupa en ella una fracción bastante breve. ¿No teme que sus conclusiones, cuyo vigor y agudeza admiramos, resulten al final parciales y limitadas? A este amable opositor le
contestaré que la adolescencia no sólo es una etapa importante de la vida, sino que es la única etapa en la que se puede hablar de vida en el verdadero sentido del término. Los atractores pulsionales se desenfrenan en torno a los trece años y luego disminuyen poco a poco, o más bien se resuelven en modelos de comportamiento que a fin de cuentas solo son fuerzas petrificadas. La violencia del estallido inicial hace que el resultado del conflicto pueda ser incierto durante muchos años; es lo que se llama, en electrodinámica, un régimen transitorio. Pero poco a poco las oscilaciones se vuelven más lentas, hasta convertirse en ondas anchas, melancólicas y dulces; a partir de ese momento ya está todo dicho, y la vida ya no es más que una preparación a la muerte. Lo cual puede expresarse de forma más brutal y menos exacta diciendo que el hombre es un adolescente disminuido.
“Así que, tras haber recorrido con una lenta y fría mirada el escalonamiento de los diversos apéndices de la función sexual, creo que ha llegado el momento de exponer el teorema central de mi apocrítica. Utilizaré el incentivo de una fórmula condensada, pero suficiente, que es ésta:
La sexualidad es un sistema de jerarquía social
“En esta fase, necesito más que nunca arropar mi formulación en los austeros despojos del rigor. A menudo, el enemigo ideológico se agazapa cerca de la meta, y se arroja con un grito de odio a la entrada de la última curva sobre el pensador imprudente que, embriagado al sentir que los primeros rayos de verdad rozan su frente exangüe, había descuidado tontamente cubrirse las espaldas. No voy a caer en este error; dejando que se enciendan por si mismos en sus cerebros los candelabros de la estupefacción, seguiré desplegando los anillos de mi razonamiento con la silenciosa moderación del crótalo. Por lo tanto, me guardaré de ignorar la objeción que me haría cualquier lector atento: en el segundo ejemplo he introducido, subrepticiamente, el concepto de amor, mientras que hasta entonces mi argumentación se basaba en la pura sexualidad. ¿Contradicción? ¿Incoherencia? ¡Ja, ja, ja!
“Marthe y Martin llevan cuarenta y tres años de matrimonio. Como se cansaron a los veintiuno, resulta que tienen sesenta y cuatro años. Ya están jubilados o a punto de estarlo, según el régimen social que se aplica en su caso. Como suele decirse, van a acabar su vida juntos. En estas condiciones, está claro que se forma una entidad “pareja”, pertinente aun fuera de cualquier contacto social, y que en algunos niveles menores llega a igualar o a sobrepasar en importancia al viejo gorila individual. En mi opinión, podemos reconsiderar en este marco la eventualidad de dotar de sentido al término “amor”.
“Tras haber erizado mi pensamiento con las estacas de la restricción puedo añadir que el concepto de amor, a pesar de su fragilidad ontológica, ostenta y ostentaba hasta fecha reciente todos los atributos de una prodigiosa potencia operatoria. Forjado a toda prisa, tuvo inmediatamente una gran público, e incluso en nuestros días son pocos los que renuncian clara y deliberadamente a amar. Este evidente éxito tendería a demostrar una misteriosa correspondencia con no sé qué necesidad constitutiva de la naturaleza humana. Sin embargo, y este es el punto exacto en que el analista vigilante se aparta del que devana pamplinas, me guardaré de formular ni la más sucinta hipótesis sobre la naturaleza de dicha necesidad. Sea como fuere, el amor existe, puesto que sus efectos pueden ser observados. Una frase digna de Claude Bernard, y me gustaría dedicársela. ¡Oh, sabio inatacable! No es casualidad si las observaciones en apariencia más alejadas del objetivo que te proponías inicialmente se ordenan, una tras otra y como cebadas codornices, bajo la resplandeciente majestad de tu aura protectora. El protocolo experimental que con rara convicción definiste en 1.865 debe de ser muy resistente, puesto que los hechos más extravagantes solo pueden cruzar la tenebrosa barrera de la cientificidad tras haberse encomendado a la rigidez de tus leyes inflexibles. Te saludo, fisiologista inolvidable, y declaro en voz bien alta que no haré nada que pueda abreviar, por poco que sea, la duración de tu reinado. Construyendo con mesura las columnas de una axiomática indudable, observaré en tercer lugar que la vagina, al contrario de lo que su apariencia pueda hacer pensar, es mucho más que un agujero en un pedazo de carne (sé muy bien que los chicos de las carnicerías se masturban con escalopes… ¡que sigan!, ¡eso no va a frenar el desarrollo de mis ideas!). En realidad la vagina está, o lo estaba hasta hace poco, al servicio de la reproducción de las especies. Sí, de las especies".(...)

2.8.
(...)
No pude contestarle, claro; pero volví al hotel bastante pensativo. Definitivamente, me decía, no hay duda de que en nuestra sociedad el sexo representa un segundo sistema de diferenciación, con completa independencia del dinero; y se comporta como un sistema de diferenciación tan implacable, al menos, como éste. Por otra parte, los efectos de ambos sistemas son estrictamente equivalentes. Igual que el liberalismo económico desenfrenado, y por motivos análogos, el liberalismo sexual produce fenómenos de empobrecimiento absoluto. Algunos hacen el amor todos los días; otros cinco o seis veces en su vida, o nunca. Algunos hacen el amor con docenas de mujeres; otros con ninguna. Es lo que se llama la "ley del mercado". En un sistema económico que prohibe el despido libre, cada cual consigue, más o menos, encontrar su hueco. En un sistema sexual que prohibe el adulterio, cada cual se las arregla, más o menos, para encontrar su compañero de cama. En un sistema económico perfectamente liberal, algunos acumulan considerables fortunas; otros se hunden en el paro y la miseria. En un sistema sexual perfectamente liberal, algunos tienen una vida erótica variada y excitante; otros se ven reducidos a la masturbación y a la soledad. El liberalismo económico es la ampliación del campo de batalla, su extensión a todas las edades de la vida y a todas las clases de la sociedad. A nivel económico, Raphaël Tisserand está en el campo de los vencedores; a nivel sexual, en el de los vencidos. Algunos ganan en ambos tableros; otros pierden en los dos. Las empresas se pelean por algunos jóvenes diplomados; las mujeres se pelean por algunos jóvenes; los hombres se pelean por algunas jóvenes; hay mucha confusión, mucha agitación.
(...)
Veronique estaba “en análisis”, como suele decirse; ahora me arrepiento de haberla conocido. Hablando en general, no hay nada que sacar de las mujeres en análisis. Una mujer que cae en manos de un psicoanalista se vuelve inadecuada para cualquier uso, lo he comprobado muchas veces. No hay que considerar este fenómeno un efecto secundario del psicoanálisis, sino simple y llanamente su efecto principal. Con la excusa de reconstruir el yo los psicoanalistas proceden, en realidad, a una escandalosa destrucción del ser humano. Inocencia, generosidad, pureza… trituran todas estas cosas entre sus manos groseras. Los psicoanalistas, muy bien remunerados, pretenciosos y estúpidos, aniquilan definitivamente en sus supuestos pacientes cualquier aptitud para el amor, tanto mental como físico; de hecho, se comportan como verdaderos enemigos de la humanidad. Implacable escuela de egoísmo, el psicoanálisis ataca con el mayor cinismo a chicas estupendas pero un poco perdidas para transformarlas en putas innobles, de un egocentrismo delirante, que solo suscitan un legitimo desagrado. No hay que confiar, en ningún caso, en una mujer que ha pasado por las manos de los psicoanalistas. Mezquindad, egoísmo, ignorancia arrogante, completa ausencia de sentido moral, incapacidad crónica para amar: éste es el retrato exhaustivo de una mujer “analizada”.
Tengo que decir que Veronique coincidía, punto por punto, con esta descripción. La quise tanto como pude; lo cual representa mucho amor. Ahora se que derroche ese amor para nada; habría hecho mejor rompiéndole ambos brazos.No cabe duda de que ella tenia desde siempre, como todas las depresivas, disposición al egoísmo y la falta de ternura; pero el psicoanálisis la transformo de forma irreversible en una verdadera basura, sin tripas ni conciencia; un desperdicio envuelto en papel satinado. Recuerdo que tenía un tablón blanco donde solía apuntar cosas del tipo “guisantes”“planchado”. Una tarde, al volver de la sesión, anoto esta frase de Lacan: “Cuanto más desagradable seas, mejor irán las cosas.” Sonreí; y me equivocaba. En aquella fase, la frase no era más que un programa; pero Veronique iba a aplicarla punto por punto.
Una noche en que ella no estaba, me tragué un frasco de Largactyl. Luego me entró el pánico y llamé a los bomberos. Tuvieron que llevarme a urgencias, hacerme un lavado de estomago, etc. En resumen, que me faltó un pelo para quedarme en ésa. Y la muy guarra (¿como llamarla si no?) ni siquiera fue a verme al hospital. Cuando volví “a casa”, si puedo llamarla así, todo lo que se le ocurrió como bienvenida fue que yo era egoísta y lamentable; su interpretación del acontecimiento es que me las había arreglado para causarle preocupaciones añadidas, y ella “ya tenía bastante con sus problemas de trabajo”. La repugnante muchachita llegó incluso a decirme que estaba intentando hacerle “un chantaje emocional”; cuando lo pienso, lamento no haberle trinchado los ovarios. En fin, ya es cosa del pasado.
También recuerdo la noche en que llamó a la policía para que me echara de su casa. ¿Por qué “de su casa”? Porque el apartamento estaba a su nombre, y ella pagaba el alquiler más a menudo que yo. Este es el primer efecto del psicoanálisis: desarrollar en sus victimas una avaricia y una mezquindad ridículas, casi increíbles. Inútil intentar ir a un café con alguien que se está analizando: inevitablemente empieza a discutir los detalles de la cuenta, y uno acaba teniendo problemas con el camarero. Así que allí estaban aquellos tres policías gilipollas, con sus walkie-talkies y sus aires de conocer la vida mejor que nadie. Yo estaba en pijama y temblaba de frío; me había agarrado, bajo el mantel, a las patas de la mesa; estaba decidido a que me llevaran a la fuerza. Mientras tanto, la muy petarda les enseñaba facturas de alquiler para establecer sus derechos sobre el lugar; probablemente esperaba que sacaran las porras. Esa misma tarde había tenido “sesión”, había repuesto todas sus reservas de bajeza y de egoísmo; pero yo no cedí, reclamé una investigación suplementaria, y aquellos estúpidos policías tuvieron que abandonar la casa. Por lo demás, al día siguiente me marché para siempre.

2.10
(...) Desde el punto de vista amoroso Veronique pertenecía, como todos nosotros, a una generación sacrificada. Había sido, desde luego, capaz de amar; le habría gustado seguir siéndolo, se lo concedo; pero ya no era posible. Fenómeno raro, artificial y tardío, el amor solo puede nacer en condiciones mentales especiales, que pocas veces se reúnen, y que son de todo punto opuestas a la libertad de costumbres que caracteriza la época moderna. Veronique había conocido demasiadas discotecas y demasiados amantes; semejante modo de vida empobrece al ser humano, infligiéndole daños a veces graves y siempre irreversibles. El amor como inocencia y capacidad de ilusión, como aptitud para resumir el conjunto del otro sexo en un solo ser amado, rara vez resiste un año de vagabundeo sexual, y nunca dos. En realidad, las sucesivas experiencias sexuales acumuladas en el curso de la adolescencia minan y destruyen con toda rapidez cualquier posibilidad de proyección de orden sentimental y novelesca; poco a poco, y de hecho bastante deprisa, se vuelve uno tan capaz de amar como una fregona vieja. Y desde ese momento uno lleva, claro, una vida de fregona; al envejecer se vuelve menos seductor, y por lo tanto amargado. Uno envidia a los jóvenes, y por lo tanto los odia. Este odio, condenado a ser inconfesable, se envenena y se vuelve cada vez mas ardiente; luego se mitiga y se extingue, como se extingue todo. Y solo quedan la amargura y el asco, enfermedad y esperar la muerte.(...)

3.5
(...)
Un poco mayor, de origen social más modesto, la psicóloga que trabajaba con él me proporcionó, por el contrario, una valiosísima ayuda. Cierto que estaba haciendo una tesis sobre la angustia, y que necesitaba material. Usaba una grabadora Radiola; me pedía permiso para ponerla en marcha. Por supuesto, yo aceptaba. Me gustaban sus manos estropeadas, con las uñas roídas, cuando apretaba la tecla Record. Y eso que yo siempre había odiado a las estudiantes de psicología; pequeñas zorras, eso es lo que pienso de ellas. Pero esa mujer de más edad, que uno se imaginaba con los brazos metidos en la colada y un turbante enrollado a la cabeza, casi me inspiraba confianza.
Sin embargo, al principio nuestras relaciones no fueron fáciles. Ella me reprochaba que hablase en términos demasiados generales, demasiado sociológicos. En su opinión, tenía que implicarme, intentar “volver a concentrarme en mi mismo”.
-Pero es que ya estoy un poco harto de mí mismo… -objetaba yo.
-Como psicóloga no puedo aceptar un discurso semejante, ni apoyarlo de ninguna manera. Al teorizar sobre la sociedad, usted establece una barrera y se protege tras ella; a mí me toca destruir esa barrera para que podamos trabajar sobre sus problemas personales.
Este diálogo de sordos continuó durante un poco mas de dos meses. En el fondo, creo que yo le caía bien. Recuerdo una mañana, era ya a comienzos de la primavera; por la ventana veía a los pájaros saltar sobre el césped. Ella parecía fresca, relajada. Al principio tuvimos una breve conversación sobre mis dosis de medicamentos; y luego, de forma directa, espontánea, muy inesperada, ella me preguntó: “En el fondo, ¿por qué es tan desgraciado?”. Esa franqueza no era nada corriente. Y yo también hice algo fuera de lo común; le tendí un pequeño texto que había escrito la noche anterior para distraer el insomnio.
-Preferiría escucharle… -dijo ella.
-Léalo de todos modos.
Definitivamente, estaba de buen humor; cogió la hoja que yo le tendía y leyó las siguientes frases: “Algunos seres experimentan enseguida una aterradora imposibilidad de vivir por sus propios medios; en el fondo no soportan ver su vida cara a cara, y verla entera, sin zonas de sombra, sin segundos planos. Estoy de acuerdo en que su existencia es una excepción a las leyes de la naturaleza, no sólo porque esta fractura de inadaptación fundamental se produce aparte de cualquier finalidad genética, sino también a causa de la excesiva lucidez que presupone, lucidez que trasciende claramente los esquemas perceptivos de la existencia ordinaria. A veces basta con colocarles otro ser delante, a condición de suponerlo tan puro y transparente como ellos mismos, para que esta insoportable fractura se convierta en una aspiración luminosa, tensa y permanente hacia lo absolutamente inaccesible. Así pues, como un espejo que devuelve día tas día la misma imagen desesperante, dos espejos paralelos elaboran y construyen una red límpida y densa que arrastra al ojo humano a una trayectoria infinita, sin limites, infinita en su pureza geométrica, mas allá del sufrimiento y del mundo.”
Alcé los ojos, la miré. Parecía un poco sorprendida. Al final, aventuró: “Lo del espejo es interesante…” Debía de haber leído algo en Freud, o en Mickey Parade. En fin, hacía lo que podía, era amable. Animándose, añadió:
-Pero preferiría que me hable directamente de sus problemas. Está siendo demasiado abstracto otra vez.
-Quizás. Pero no entiendo, hablando en concreto, como consigue vivir la gente. Tengo la impresión de que todo el mundo debería ser desgraciado; ya ve, vivimos en un mundo tan sencillo… Hay un sistema basado en la dominación, el dinero y el miedo, un sistema más bien masculino, que podemos llamar Marte; y hay un sistema femenino basado en la seducción y el sexo, que podemos llamar Venus. Y eso es todo. ¿De verdad es posible vivir y creer que no hay nada más? Maupassant pensaba, y con él los realistas del siglo XIX, que no había nada más; y eso lo llevó a la locura.
-Lo confunde usted todo. La locura de Maupassant no es más que una fase típica del desarrollo de la sífilis. Todo ser humano normal acepta los dos sistemas de los que usted habla.
-No. Si Maupassant se volvió loco, fue porque tenia una aguda conciencia de la materia, de la nada y de la muerte, y porque no tenia conciencia de nada más. En eso se parecía a nuestros contemporáneos: establecía una separación absoluta entre su existencia individual y el resto del mundo. Esa es la única manera en que podemos pensar el mundo actualmente. Por ejemplo, una bala de una Mágnum del 45 puede rozarme la cara e incrustarse en la pared que tengo detrás; yo saldré ileso. En caso contrario, la bala destrozará la carne, el dolor físico será considerable; tendré el rostro mutilado; tal vez el ojo también estalle, y en ese caso seré mutilado y tuerto; desde ese momento inspiraré repugnancia a los demás hombres. Hablando más en general, todos estamos sometidos al envejecimiento y a la muerte. Estas nociones de vejez y de muerte son insoportables para el individuo; se desarrollan soberanas e incondicionales a nuestra civilización, ocupan progresivamente el campo de la conciencia, no dejan que en ella subsista nada más. Así, poco a poco, se establece la certeza de que el mundo es limitado. El mismo deseo desaparece; solo quedan la amargura, los celos y el miedo. Sobre todo, queda la amargura; una amargura inmensa, inconcebible. Ninguna civilización, ninguna época han sido capaces de desarrollar en los hombres tal cantidad de amargura. Desde este punto de vista, vivimos tiempos sin precedentes. Si hubiera que resumir el estado mental contemporáneo en una palabra yo elegiría, sin dudarlo, amargura.
Al principio, ella no contestó. Reflexionó unos segundos y luego me preguntó:
-¿Cuándo fue la última vez que tuvo relaciones sexuales?
-Hace algo más de dos años.
-¡Ah! – exclamó ella casi con triunfo- ¡Ya lo ve! En esas condiciones, ¿Cómo quiere amar la vida?...
-¿Querría hacer el amor conmigo?
Ella se quedó confusa, creo que incluso enrojeció un poco. Tenia cuarenta años, estaba delgada y bastante estropeada; pero esa mañana me parecía realmente encantadora. Guardo un recuerdo muy dulce de ese momento. Un poco a su pesar, sonreía; creí que iba a decir que sí. Pero al final se dominó:
-Ese no es mi papel. Como psicóloga, mi papel es ayudarle a recuperar un estado en el que pueda poner en práctica estrategias de seducción que le permitan volver a tener relaciones normales con mujeres.
En las siguientes sesiones hizo que la sustituyera un colega.
(...)

3.6
Por paradójico que parezca, hay un camino a recorrer
y hay que recorrerlo, pero no hay viajero.
Hay actos, pero no hay actor.
Sattipathana-Sutta, XLII,16
(...)
Me tumbo en una pradera, al sol. Y ahora siento dolor, tendido en esta pradera, tan dulce, en mitad de un paisaje amable, tan sereno. Todo lo que podría haber sido fuente de participación, de placer, de inocente armonía sensorial, se ha convertido en fuente de dolor y sufrimiento. A la vez siento, con una violencia increíble, la posibilidad de alegría. Desde hace años camino junto a un fantasma que se me parece y que vive en un paraíso teórico, en estrecha relación con el mundo. Durante mucho tiempo he creído que tenia que reunirme con él. Ya no.
(...)

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 Reseñas:

viernes, 18 de marzo de 2011

Manifiesto de la Internacional Situacionista

Manifiesto

Internationale Situationniste


Publicado en Internationale Situationniste # 4, (1960). Traducción extraída de Internacional situacionista, vol. I: La realización del arte, Madrid, Literatura Gris, 1999.


Una nueva fuerza humana, que el marco existente no podrá reprimir, crece cada día con el irresistible desarrollo técnico y la insatisfacción de su utilización posible en nuestra vida social privada de sentido.
La alienación y la opresión en la sociedad no pueden ser mantenidas en ninguna de sus variantes, sino únicamente rechazadas en bloque con esa misma sociedad. Todo progreso real queda evidentemente suspendido hasta la solución revolucionaria de la crisis multiforme del presente.
¿Cuáles son las perspectivas de organización de la vida en una sociedad que, auténticamente, "reorganizase" la producción sobre la base de una asociación libre e igualitaria de productores? La automatización de la producción y la socialización de los bienes vitales reducirán cada vez más el trabajo como necesidad exterior y proporcionarán, finalmente, plena libertad al individuo. Liberado así de toda responsabilidad económica, de todas sus deudas y culpabilidades hacia el pasado y el prójimo, el hombre dispondrá de una nueva plusvalía incalculable en dinero porque no se la puede reducir a la medida del trabajo asalariado: el valor del juego, de la vida libremente construida. El ejercicio de dicha creación lúdica es la garantía de la libertad de cada uno y de todos en el marco de la única igualdad garantizada con la no explotación del hombre por el hombre. La liberación del juego es su autonomía creativa, que supera la vieja división entre el trabajo impuesto y el ocio pasivo.
La Iglesia ha quemado en otro tiempo a supuestos brujos para reprimir las tendencias lúdicas primitivas conservadas en las fiestas populares. En la sociedad hoy dominante, que produce masivamente pseudo-juegos desconsolados de no-participación, una actividad artística verdadera es clasificada forzosamente en el campo de la criminalidad. Es semiclandestina. Aparece en forma de escándalo.
¿Qué es esto, de hecho, más que la situación? Se trata de la realización de un juego superior, más exactamente la provocación a ese juego que constituye la presencia humana. Los jugadores revolucionarios de todos los países pueden unirse a la I.S. para comenzar a salir de la prehistoria de la vida cotidiana.
A partir de ahora, proponemos una organización autónoma de los productores de la nueva cultura, independiente de las organizaciones políticas y sindicales que existen en este momento, pues nosotros negamos la capacidad de organizar otra cosa que el acondicionamiento de lo existente.
El objetivo más urgente que fijamos a dicha organización para una primera campaña pública cuando salga de su fase experimental inicial es la toma de la UNESCO. La burocratización unificada a escala mundial del arte y de toda la cultura es un fenómeno nuevo que expresa el profundo parentesco de los sistemas sociales coexistentes en el mundo, basados en la conservación ecléctica y en la reproducción del pasado. La respuesta de los artistas revolucionarios a estas nuevas condiciones debe ser un nuevo tipo de acción. Como la existencia misma de esta concentración directiva de la cultura, localizada en el único edificio, favorece su confiscación por medio de un putsch; y como la institución carece completamente de posibilidades de un uso que tenga sentido fuera de nuestra perspectiva subversiva, nos encontramos justificados, ante nuestros contemporáneos, para apoderarnos de tal aparato. Y lo haremos. Estamos decididos a apoderamos de la UNESCO, aunque sea por poco tiempo, ya que estamos seguros de hacer en ella rápidamente una obra que quedará como la más significativa por esclarecer un largo período de reivindicaciones.
¿Cuáles deberán ser los rasgos principales de la nueva cultura, sobre todo en comparación con el arte antiguo?.
Contra el espectáculo, la cultura situacionista realizada introduce la participación total.
Contra el arte conservado, es una organización del momento vivido directamente.
Contra el arte fragmentario, será una práctica global que contenga a la vez todos los elementos utilizados. Tiende naturalmente a una producción colectiva y sin duda anónima (en la medida en que, al no almacenar las obras como mercancías dicha cultura no estará dominada por la necesidad de dejar huella). Sus experiencias se proponen, como mínimo, una revolución del comportamiento y un urbanismo unitario dinámico, susceptible de extenderse a todo el planeta; y de propagarse seguidamente a todos los planetas habitables.
Contra el arte unilateral, la cultura situacionista será un arte del diálogo, de la interacción. Los artistas -como toda la cultura visible- han llegado a estar completamente separados de la sociedad, igual que están separados entre ellos por la concurrencia. Pero antes incluso de que el capitalismo entrase en este atolladero el arte era esencialmente unilateral, sin respuesta. Esta era cerrada de su primitivisrno se superará mediante una comunicación completa.
Al llegar a ser todo el mundo artista en un plano superior, es decir, inseparablemente productor-consumidor de una creación cultural total, se asistirá a la disolución rápida del criterio lineal de novedad. Al ser todo el mundo situacionista, por decirlo así, se asistirá a una inflación multidimensional de tendencias, de experiencias, de "escuelas" radicalmente diferentes, y no ya sucesivamente sino simultáneamente.
Inauguramos ahora lo que será, históricamente, el último de los oficios. El papel de situacionista, de aficionado-profesional, de anti-especialista, es todavía una especialización hasta el momento de abundancia económica y mental en que todo el mundo llegará a ser "artista", en un sentido que los artistas no han alcanzado: la construcción de su propia vida. Sin embargo, el último oficio de la historia está tan próximo a la sociedad sin división permanente del trabajo, que se le niega generalmente, cuando hace su aparición en la I.S., la cualidad de oficio.
A los que no nos comprendieran bien... les decimos con un irreductible desprecio: los situacionistas, de quienes os creéis jueces, os juzgarán un día u otro. Os esperamos en el cambio de sentido que es la inevitable liquidación del mundo de la escasez en todas sus formas. Estos son nuestros objetivos, y serán los futuros objetivos de la humanidad.

17 de mayo de 1960
 

miércoles, 16 de marzo de 2011

La cruzada antitabaco vista por los infieles

Autora: Susana Rodríguez Díaz
Prólogo: Emmánuel Lizcano
Editorial:  SEPHA 
Páginas: 332
ISBN: 978-84-92974-84-9 (2011)
...que con la luz del cigarro
yo vi el molino
se me apagó el cigarro
perdí el camino ...
Alegrías de Camarón de la Isla

Desde tiempos prehistóricos, el tabaco ha contado con una amplia gama de usos y significados. Además de ser una de las drogas más utilizadas, se ha consumido de las más diversas maneras: fumado –en pipa, en cigarros, en cigarrillos–, aspirado por la nariz, masticado, comido, bebido, untado sobre el cuerpo... Sus aplicaciones han sido sorprendentemente variadas: en ceremonias chamánicas, como panacea médica, como moneda de cambio, o formando parte de rituales de iniciación. Se ha utilizado, sobre todo, para establecer y estrechar vínculos sociales mediante su regalo, su intercambio y su consumo en grupo, además de servir para definir y enfatizar posiciones sociales y modos de ser en base a gran variedad de significados mitificados, en la cultura occidental, por la publicidad y el cine.
Consumir tabaco ha tenido durante años multitud de significados, como libertad, modernismo, aventura, virilidad o misterio. Todavía hoy, el pitillo significa, para los que fuman, un pequeño placer en medio de la rutina, un consuelo en momentos de cansancio o ansiedad. Un cigarrillo puede ser algo que tener en las manos, que aporte aplomo en situaciones tensas. Existen diversos usos del tabaco, como el que acompaña al café o la copa, el de los que piensan y crean, el de los que buscan seducir, el último deseo del condenado a muerte, el puro de las bodas y los hombres de negocios, el que comparten los amigos o los que quieren parecer mayores. Y, por supuesto, ese mítico cigarrillo que acompaña la imagen del lejano Oeste de esa América que descubrió, al mundo entero, el tabaco.
Hoy no se puede fumar en lugares públicos en España. Fumar ya no es moderno. Es propio del subdesarrollo. El Estado, por el contrario, se sigue enriqueciendo mediante su venta.



PRÓLOGO por Emmánuel Lizcano

Quiso la fortuna que coincidiera con Susana Rodríguez en un curso sobre la metáfora justo en los días en que los medios de (in)formación de masas, voceros habituales de los políticos, anunciaban/lanzaban la primera gran cruzada contra el tabaco. Veníamos hablando en el curso de cómo las metáforas no suelen ser inocentes, de cómo más bien son culpables… de fechorías mil, pues sin cesar hacen hechos. Sin ellas ningún político podría blandir el típico «lo que España necesita» o «lo que Cataluña quiere» sin caer en el absurdo o en la impostura más flagrante. Sin ellas ningún científico podría fundamentar sus afirmaciones en «lo que dicen los hechos» o en «lo que expresan los números» sin que cualquier gañán que hablara castellano pudiera acusarle de superstición. Si dejáramos de creer que los Estados-nación quieren o necesitan, como si de personas se tratase, sobrarían los políticos. Si dejáramos de creer en la imposible locuacidad de los hechos o en la enternecedora capacidad expresiva de los números, la ciencia no sería sino otra variante de charlatanería. Así las cosas, ¿qué es lo que hace realmente una cruzada contra el tabaco?

Las cruzadas, cualquiera lo sabe, son acciones bélicas emprendidas en nombre de la cruz contra los impíos que están profanando los santos lugares. ¿Qué tendrá esto que ver con el tabaco? Susana ha tenido el acierto de ponerse a tirar del hilo en el que se entretejen las dos lógicas implícitas en el término cruzada –lógica bélica, lógica religiosa– hasta desmadejar el ovillo, hasta dejar sus tramas reducidas a… puro humo. Ella no toma partido, de hecho no es lo que se llama una fumadora; le basta con ir contando –con toda profusión de datos, documentos y anécdotas– lo que la cruzada ha ido consiguiendo que tantos den por des-contado: lo que no debe contarse sin que lo política y científicamente correcto sufra serios reveses.

Cuando Platón trata en
El Político de llevar a cabo un retrato de este personaje, lo primero que le viene a la cabeza es la imagen del pastor o ganadero. Es función suya –precisa– la alimentación y cuidado no de individuos o unidades, «a la manera de un labrador que cuida de su buey o de un escudero que cuida de su caballo, [sino que] se parece más bien al que apacienta un rebaño de bueyes o una yeguada» (261 d).
Y cuando, dentro de esta «nutrición en rebaños o nutrición colectiva», el joven Sócrates se apresura a querer distinguir entre el pastoreo de animales y el de humanos, el Extranjero le reprende al momento, por antropocentrismo. Así como no es lícito dividir el género humano entre helénicos y el resto, tan sólo porque se disponga del nombre de ‘bárbaros’ para agrupar al inmenso resto como si de otra raza se tratase, tampoco es lícito dividir el género animal entre humanos y todos los animales restantes, tan sólo porque dispongamos del término ‘humano’ para distinguirnos de ellos. No; hay que proceder según dicta la lógica, dialécticamente, y ello nos llevará a ir distinguiendo especies dentro del género, de manera que en el género animal se irán diferenciando bestias mansas (que se dejan dominar) y bestias salvajes (que se resisten a ello), siendo el campo de acción del político el que se ciñe a las primeras, las bestias mansas, y, dentro de ellas, a las que se cuidan en rebaños o grupos. No nos detendremos más en las tan sugerentes pistas de Platón sobre el arte de apacentar rebaños de esas bestias mansas que caminan con pezuñas partidas, bípedos sin plumas, que son los ciudadanos humanos. Las derivaciones entrañadas en la metáfora platónica del político-pastor son suficientes para entender buena parte de la política anti-fumadores tan sañudamente impuesta y dócilmente consentida por las cabañas humanas estabuladas en los Estados democráticos: el deber del político de velar por la salud y buena constitución del rebaño nacional, la mansa aceptación por las bestias que aquél apacentade cuantas medidas crea necesarias para el cuidado y seguridad de ellas mismas, pues como cualquier ganado que se precie no sabe lo que le conviene…

La metáfora del pastor es de las más arraigadas en los imaginarios colectivos de matriz tanto griega como árabe y judía, de cuya hibridación procedemos. En un principio, los pastores son divinos. En Grecia, se dedican al pastoreo Hermes y Pan, y Cronos hubo de recurrir a pastores divinos para el gobierno de las ciudades porque ningún hombre era capaz de pastorear humanos sin llenarse de injusticia, del mismo modo que un buey no puede hacerse cargo de una boyada. Entre los hebreos, Yahvé es el pastor único y Él es quien cuida de su rebaño, el pueblo de Israel. Con el tiempo, los pastores divinos irán aterrizando y humanizándose. Ya en Homero aparece la figura del Rey-Pastor, que Platón seculariza mediante la trasposición del ideal de gobierno divino a su imitación por parte del político. En Israel, la actividad pastoral de Yahvé se irá trasladando también a otros vicarios suyos, como reyes (David, Josías…) o profetas, entre los que sobresale Jesús el Cristo: «Yo soy el buen pastor». Del mandato de éste a un pescador, Pedro –«¡apacienta mis corderos!»– emergerá ese inmenso rebaño que es la Cristiandad: los unos con su
sumo pastor, los otros con sus pastores varios, todos ellos con su teología pastoral.

Tras diversos avatares, las figuras del pastor y de su grey adquirirán su forma actual con la edificación de esos recientes rediles que son los Estados-nación. Lejos de abandonar sus viejas maneras pastorales, las secularizadas políticas ilustradas recuperan el ancestral modelo pecuario de la crianza de cuerpos, si bien cuerpos ahora des-almados. La asunción por las Constituciones modernas del bienestar y la felicidad de la población bajo su custodia no sólo legitimará cuantos desvelos y cuidados se vea obligado a imponer el moderno político-ganadero, también constituirá a las poblaciones así fabricadas como ganado que espera y exige su sana crianza, nutrición y seguridad. Ya bien lo intuyó el Filósofo Rancio cuando espeta a las Cortes reunidas en Cádiz para proclamar la primera Constitución española:
«Sea como Vs. quieren, su «bien estar» el objeto y fin de la sociedad… ¡El ‘bien estar’! ¿Y por qué no dixeron Vs. el ‘bien vivir’, como decían todos nuestros mayores? [...] Dígannos Vs., señores novadores, ¿quáles expresiones son más a propósito para designar la felicidad presente: ‘estar bien’, como dicen Vs., o ‘vivir bien’, como han dicho todos los hombres de juicio? […] Si como somos hombres fuésemos bestias, entonces diríamos excelentemente que nuestra felicidad consistía en el ‘bien estar’ de por acá abajo.»
«Si fuésemos bestias», nos convendría propiamente ese
bien estar sobre el que se construye el Estado del bienestar, esa variante laica de las formas de gobierno que imita a los pastores divinos. Si fuésemos bestias, nos convendría como propia esa actitud paciente que se siente colmada en el estar y pacer. Si fuésemos bestias, lo nuestro sería permanecer mansamente en ese estar-estado-establo que nos aporta –gratuita y obligatoriamente, por nuestro propio bien– una nutrición adecuada (las actuales dietética y recomendaciones nutricionales tienen su origen en las investigaciones veterinarias del s. XIX), una crianza sana (el Tribunal Constitucional ha prohibido recientemente la crianza/educación de las crías humanas en sus propias viviendas, fuera de los establos/ establecimientos educativos) y unos cuerpos saludables y libres de toda impureza. Pero ¿y si no fuésemos bestias? Entonces estaríamos hablando del vivir bien, «como decían todos nuestros mayores». Y eso no es cosa de ganaderos ni de ganado, sino algo que sólo podemos darnos nosotros mismos: dar-se la buena vida. De eso mejor no hablar.

La deriva moderna en el apacentamiento de poblaciones alcanza su cenit con el nacionalsocialismo, como tan acertadamente analiza nuestra autora. En la Alemania nazi se desborda la marea de puritanismo higienista que venía incubándose en los países más desarrollados del momento, los Estados Unidos y los de la Europa central. Lejos de significar ningún retroceso histórico ni ninguna bárbara aberración que se desviara del impulso modernizador, fue entonces cuando eclosionaron muchas de las políticas y valores que hoy tantos Estados democráticos van imponiendo. El caso de la persecución (que se tuvo la honradez de no llamar aún ‘tolerancia cero’) a los fumadores es paradigmático. Aquel Berlín tuvo el honor de ser la primera ciudad del planeta donde se prohibió fumar en todo su recinto, aquel gobierno salido de las urnas en 1932 inauguró la retahíla de prohibiciones que hoy se ha ido extendiendo: ya entonces afectaba a todos los lugares públicos, medios de transporte, mujeres embarazadas… Y todo ello con la misma retórica legitimadora, fundada en ‘evidencias científicas’, la misma asunción por el Estado del deber de criar una raza pura y saludable, la misma intransigencia de quien se siente cargado de razón, la misma estrategia de alternar la educación de la población (con frecuencia se olvida que la nación alemana era la más educada del momento) y el acorralamiento de los fumadores (esa bota militar, que se reproduce en el libro, expulsando humos, pitillos, pipas y cigarros fuera del corral que protege al ganado puro), la misma corrupción de una ciudadanía incitada a denunciarse los unos a los otros, la misma impostura de hablar en nombre de quienes apacientan (aunque los apacentados, según reciente barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas, perciban a sus rabadanes como uno de sus principales problemas)… Aquella primera conjunción de nacionalismo y socialismo proporcionó el primer gran experimento social de criar una cabaña humana nacional pura y sin contaminación. Que el precio a pagar exigiera el sacrificio de gitanos, judíos, fumadores, tullidos, homosexuales masculinos, delincuentes comunes y demás ejemplares asociales, débiles, enfermizos o contaminantes que pudieran poner en peligro una cabaña nacional sana y robusta es algo que no debe preocupar a quien no forme parte de ninguno de esos grupos… ni de los que el poder de turno vaya redefiniendo y acorralando.

Ciertamente, ésta no es sino una de las muchas sugerencias que despierta un libro que, como éste, está preñado de ellas. Un libro apasionante y original que no se entiende cómo no se había escrito antes, aunque la actual atrofia mental en torno a lo políticamente correcto puede ayudar a explicarlo.


La autora ha tenido el buen juicio de aligerar de carga académica el texto de la tesis doctoral que está en su origen, sin perder por ello ni ápice de rigor pero manteniendo, en cambio, todo lo que el trasfondo de sus fructíferas lecturas hace decir a la rica profusión de materiales (publicitarios, legislativos, textuales, históricos, conversacionales…) que aquí se ofrecen al afortunado lector que, aunque pertenezca a la parte pura de la nación, sin duda disfrutará del viaje.

Emmánuel Lizcano
Valencia, enero de 2011

Editorial Sepha: La cruzada antitabaco vista por los herejes, de Susana Rodriguez Díaz

martes, 15 de marzo de 2011

Sobre los hombres y sus enfermedades: Macho 5D


Autorretrato- Vicente Amigo & Enrique Morente

 

12 de marzo

Macho 5 D

Querido J: Esta semana hemos celebrado, y yo el primero, el Día de la Mujer. Todos los periódicos traían el aire un poco patético del “Diario Femenino” de Sebastián Auger, aquel mánager que vivió y murió demasiado solo. Un poco por la celebración y un mucho por el interés y el trabajo del lector Mendiguchia, que puso en mi buzón los materiales, voy a escribirte sobre los hombres y sus enfermedades. El soporte vital es un comité creado por el presidente Obama para el estudio del macho (White House Council on Boys to Men) que dirige Warren Farrell. Yo no tenía hasta ahora la menor noticia de este Farrell, cuya fama de investigador masculinista es notoria. Sus estudios parecen sólidos, aunque tocados por un irritante espiritualismo. En cualquier caso, los datos que maneja ese comité valen por cualquiera de esas mamarrachadas poéticas que desde nuestro Ferreri y su “Ciao Mascio” afloran cíclicamente. Voy a resumírtelos.

Hay cinco áreas de la vida social donde el varón está en riesgo. La primera es la educación. Ya es casi un lugar común que las calificaciones académicas de los muchachos han ido descendiendo de modo paulatino. Que los varones puntúan por debajo de las muchachas en motivación, capacidad de concentración y en lectura y escritura. Pero es que los datos americanos de la enseñanza superior son contundentes: los varones licenciados han pasado del 61 al 39 por ciento. Entre negros y latinos la brecha de sexos es aún superior. Y toma nota especial de este dato: el negro que abandona sus estudios tiene un 60 por ciento de posibilidades de acabar en la cárcel.

Vamos ahora a lo que el comité llama la salud emocional. Entre los 20 y los 24 años la tasa de suicidios es cinco veces superior a la femenina. Y no hablemos de lo que pasa al otro extremo de la edad. La tasa de suicidios masculinos supera a la de las mujeres en un 1.300 por cien. El poder masculino es incontestable en las 5 D: depresión, drinking, drogas, desobediencia y delincuencia.

En Estados Unidos uno de cada tres niños vive en hogares donde el padre está ausente. Los excesos son devastadores y, al parecer, mucho más letales sobre varones que sobre mujeres. La ausencia del padre se vincula con fuerza estadística a la incorporación de los jóvenes varones al crimen. Para paliar la situación, los investigadores creen esencial que el hombre se implique mucho más en los procesos de divorcio, que con mucha frecuencia suponen para los hijos la pérdida del progenitor masculino. Esta ausencia del padre no se compensa tampoco en la escuela, debido al predominio de las maestras. De ahí que se insista en la necesidad de ampliar el número de enseñantes masculinos.

Las mujeres viven más que los hombres por causas probablemente biológicas. Pero respecto a las diferencias en la esperanza de vida hay también razones culturales. En 1920 la brecha entre uno y otro sexo era de un año. Hoy es de cinco. Y entre las 10 causas más comunes de muerte, los hombres mueren antes que las mujeres en 9.

El trabajo es la última área examinada: uno de cada cinco hombres en edades comprendidas entre los 25 y 54 años no trabaja. La mitad de los afroamericanos entre los 20 y los 24 años están en paro. Los sectores donde parece arraigar el futuro crecimiento laboral (salud, educación) están siendo ocupados por mujeres y los que ocupaban a los muchachos con escasa formación (agricultura, industria y construcción) han entrado en declive. En estos datos hay que incrustar una estadística casi pavorosa: el 92 por ciento de las muertes en accidente laboral son masculinas. La estadística permite aproximarse a una de las tesis fuertes de Farrell. Y es que las diferencias salariales entre hombres y mujeres no siempre son injustificadas. Los hombres suelen desempeñar los trabajos más duros, peligrosos e incómodos.

De las conclusiones del informe te invito a leer este párrafo sobre lo que significa ser hombre: “En el pasado educamos a nuestros hijos en la convicción de que serían “verdaderos hombres” si lo que hacían favorecía a nuestra sociedad, desde arriesgar la vida en las guerras a realizar grandes construcciones como el ferrocarril. Les llamábamos héroes por poner sus vidas a disposición de la sociedad, pero este enaltecimiento resultó pernicioso para nuestros hijos. El hombre se convirtió en el género desechable”.

Sí, el “verdadero hombre” construyó el ferrocarril. Y exterminó a los sioux. Es tan verdad que arriesgó su vida en guerras por la libertad como que construyó las alambradas de Auschwitz. Los verdaderos hombres, como las “verdaderas naciones” dan para mucho. Lo que es, sin embargo, un escándalo es que haya lugares donde las “políticas de igualdad” ignoren datos tan irrevocables como los que te he transcrito. En América el comité por los hombres se ha creado después de uno similar dedicado a las mujeres. Hay una voluntad explícita, por lo tanto, de desarrollar políticas de igualdad veraces y de reconocer que hay enfermedades sociales que afectan de modo diferente a los dos sexos. No será necesario que me extienda respecto a la situación española, donde la política de igualdad dirigida por el presidente Zapatero no sólo ignora a los hombres, sino que los agrede, incluso por ley.

Hasta aquí la política. Nada razonable puede oponerse a la actividad del comité Warren y los limpios propósitos de la administración Obama.

Sin embargo sabes que te escribo siempre en confianza. Y no sería honrado decirte cuánto me incomodan estos derroteros. Tengo poco que oponer a la posibilidad de que el varón haya sido un accidente evolutivo y que su tiempo esté pasando. No es descartable que las mujeres ofrezcan una mejor adaptación al medio (¡siempre nos quedará el orgullo viril de que “adaptadas” no quiere decir “mejores”!) y que en estrictos términos darwinistas de ellas vaya a ser el futuro. Puede que la Humanidad bisexuada pertenezca a la infancia del cosmos y suponga, llegados a nuestro tiempo, un inaceptable derroche evolutivo. Por otro lado, cuando una especie es ya capaz de crear vida en un laboratorio, o al menos es capaz de alterar decisivamente sus patrones, es lícito plantearse si la evolución no habrá terminado. Sea por la razón que sea el acabamiento del varón no es algo que me inquiete especialmente. Por decirlo rápido: me provoca la misma descriptible inquietud que la desaparición de una lengua. Por el contrario lo que sería francamente desmoralizador es ver a mi sexo mendigando políticas de discriminación positiva y otros enchufes cualquiera a la corriente. Creo que no podría soportar esas noticias en el periódico. Mucho más con la falta de expectativas que se me abrirían tras declararme apátrida de mi sexo. ¿”Qué ser?, dijo Lenin.

El problema que tengo con el hombre de Farrell es su hombría.

Sigue con salud
A.
 
(Arcadi Espada en su blog: http://www.arcadiespada.com/)
«Arcadi Espada: Yo creo que ninguna idea es respetable y todos los hombres lo son. Yo trabajo sobre textos. Y me peleo con ellos, porque en la pelea está también el conocimiento. Los textos son también los nombres propios. Otra cosa son los hombres. Me produce perplejidad los malos modos con que la gente recibe la crítica en España. Yo hablo de mis colegas, como es natural. Estamos en lo mismo, trabajamos en los mismo. ¿De quién coño voy a hablar? Un colega inteligente es Álex Grijelmo que deja una nota inteligente en el blog donde se le critica. Y un estúpido es este Suso de Toro que, en el propio blog, llama “linchamiento” a un comentario de texto. Pero Grijelmo y De Toro son, para mí, textos. Y nunca negaría el saludo a sus portadores. Me parece que se trata de una higiene intelectual básica.»  Entrevista de Justo Serna.

Sobre la polémica Espada vs Cercas