lunes, 26 de septiembre de 2011

El mapa y el territorio - Michel Houllebecq


Algunos fragmentos de la última novela del infame franchute, que para más inri, se le ha ocurrido ahora ganar ese Premio Goncourt.
A los incondicionales del gabacho, seguirá sin defraudarlos; a sus detractores, tampoco defraudará, aunque haya limado asperezas (su incontenible incorreción política); hasta es posible que siendo esta novela más "amable", otros dicen más madura ( fuera sexo explícito y nada de fantasías científicas), consiga atrapar a nuevos lectores, cosa que le debe importar un carajo, pues, pese a todo el circo que arrastra, o más bien por eso mismo, todos sus libros son siempre éxitos de ventas, lo cual no le perdonan algunos espíritus elitistas ni los más esnobs.
Personalmente, puedo afirmar sin rubor que me cuento entre los lectores enganchados, aunque en proceso de deshabituación, a las píldoras dialécticas del genuino Julebé. Aunque no he disfrutado de su lectura tanto como en sus obras anteriores, cosa que no le achaco del todo al autor, debo decir que  algunos ya han calificado a ésta como su gran obra maestra de madurez. ¡Menuda gilipollez!
Aquí traigo los momentos en que se reflexiona en torno al arte y la vida (la diatriba contra el funcionalismo imperante en la arquitectura, p.e.),  y sobre el trabajo y la condición del artista, un tema inédito hasta ahora en las obras de MH (con la excepción quizá de algún apunte en "Plataforma"), obras en las que suele despacharse a gusto acerca de todo lo divino y lo humano. Esa conversación entre el protagonista y su padre,  así como su continuación, más tarde, con el personaje del escritor Houllebecq, contiene, a mi entender, gran parte de la clave interpretativa del libro.

(...) Lo que estaba destruyendo eran meses, más bien años de trabajo; sin embargo no tuvo un segundo de vacilación. Muchos años después, cuando llegó a ser célebre -y hasta, a decir verdad, celebérrimo-, a Jed le interrogarían en numerosas ocasiones sobre lo que, en su opinión, significaba ser artista. No habría de encontrar nada interesante ni muy original que decir, exceptuando una sola cosa que en consecuencia repetiría casi en cada entrevista: ser artista, en su opinión, era ante todo ser alguien sometido. Sometido a mensajes misteriosos, imprevisibles, que a falta de algo mejor y en ausencia de toda creencia religiosa había que calificar el intuiciones; mensajes que no por ello ordenaban de manera menos imperiosa, categórica, sin dejarte la menor posibilidad de escabullirte, a no ser que perdieras toda noción integridad y de respeto por ti mismo. Esos mensajes podían entrañar la destrucción de una obra, y hasta un conjunto entero de obras, para emprender una nueva dirección o incluso a veces sin un rumbo en absoluto, sin disponer de ningún proyecto, de la menor esperanza de continuación. En este sentido, y sólo en este sentido, la condición de artista podía calificarse de dificil En este sentido, también, y sólo en él, se diferenciaba de esas profesiones u oficios a los que rendiría homenaje en la segunda parte de su carrera, la que le granjearía un renombre mundial.


(...)

Jed sólo había visto a su padre ocuparse de los problemas técnicos, y hacia el final, cada vez más a menudo, de problemas financieros; la idea de que también hubiera cursado Bellas Artes, de que la arquitectura perteneciese a las disciplinas artísticas, le resultaba sorprendente, incómoda.
-Sí, yo también quería ser artista... -dijo su padre con acritud, casi con maldad-. Pero no lo conseguí. Cuando yo era joven, la corriente dominante era el funcionalismo, la verdad es que ya dominaba desde hacía varios decenios, en arquitectura no había sucedido nada desde Le Corbusier y Van der Rohe. Todos los pueblos nuevos, todas las urbanizaciones que se construyeron en el extrarradio en los años cincuenta y sesenta han estado marcadas por su influencia. Yo y algunos otros de Bellas Artes teníamos la aspiración de hacer algo distinto. No rechazábamos realmente la primacía de la función ni el concepto de «máquina de vivir«; lo que cuestionábamos era lo que ocultaba el hecho de vivir en alguna parte. Como los marxistas, como los liberales, Le Corbusier era un productivista. Imaginaba para el hombre edificios de oficinas, cuadrados, utilitarios, sin ningún tipo de decoración, y edificios de viviendas casi idénticos, con algunas funciones adicionales: guardería, gimnasio, piscina; entre los dos, vías rápidas. En su unidad de vivienda, el hombre debía disfrutar de aire puro y de luz, en su opinión esto era muy importante; y entre las estructuras de trabajo y las de vivienda, el espacio libre quedaba reservado para la naturaleza salvaje: bosques, ríos ... ; me imagino que a su modo de ver, las familias humanas tenían que poder pasearse por ella los domingos, de todas maneras él quería preservar este espacio, era una especie de ecologista adelantado, para él la humanidad debía reducirse a módulos habitables circunscritos en medio de la naturaleza, pero de ningún modo debían modificarla. Es espantosamente primitivo, si lo pensamos, una regresión aterradora con respecto a cualquier paisaje rural: mezcla sutil, compleja, evolutiva, de prados, campos, bosques, pueblos. Es la visión de un espíritu brutal, autoritario. Le Corbusier nos parecía un espíritu totalitario y brutal, movido por un gusto intenso por la fealdad, pero fue su visión la que ha prevalecido a lo largo de todo el siglo XX. A nosotros nos influyó más bien Charles Fourier... -Sonrió al ver la expresión de sorpresa de su hijo. Han sobrevivido sobre todo las teorías sexuales de Fourier, y es verdad que son bastante burlescas. Es difícil leer a Fourier literalmente, con sus historias de torbellinos, de mujeres faquires y de hadas del ejército del Rin, nos sorprende incluso que tuviera discípulos, que hubiera gente que se tomase en serio, que realmente se propusiera construir un modelo nuevo de sociedad basada en sus libros. Es incomprensible si intentas ver en él a un pensador, porque de su pensamiento no se entiende absolutamente nada, pero en el fondo Fourier no es un pensador sino un gurú, el primero de su especie, y, como a todos los gurús, el éxito le llegó no por la adhesión intelectual a una teoría, sino, al contrario, gracias a la incomprensión general, asociada con un optimismo inalterable, especialmente en lel aspecto sexual, la gente tiene una necesidad increíble de optimismo sexual. Sin embargo, el verdadero tema de Fourier, lo que le interesa en primer lugar no es el sexo, sino la organización de la producción. La gran pregunta que se hace es: ¿por qué trabaja el hombre? ¿Qué hace que ocupe un lugar determinado en la organización social, que acepte atenerse a ella y cumplir su tarea? A esta pregunta los liberales respondían que era pura y simplemente el afán de lucro; nosotros pensábamos que era una respuesta insuficiente. Los marxistas, por su parte, no respondían nada, ni siquiera se interesaban por el tema, y por eso precisamente el comunismo ha fracasado: en cuanto suprimieron el acicate económico la gente dejó de trabajar, saboteaban el trabajo, el absentismo aumentó en proporciones enormes; el comunismo nunca ha sido capaz de garantizar la producción y la distribución de los bienes más elementales. Fourier había conocido el Antiguo Régimen y era consciente de que mucho antes de que apareciese el capitalismo había habido investigaciones científicas, progresos técnicos, y que la gente trabajaba con ahínco, sin que la empujara el afán de lucro, sino algo que a los ojos de un hombre moderno es mucho más vago: el amor a Dios, en el caso de los monjes, o más sencillamente el honor de la función. El padre de Jed enmudeció, advirtió que su hijo le escuchaba ahora con mucha atención.
-Sí... -comentó-, sin duda existe una relación con lo que tú has intentado hacer en tus cuadros. Hay mucho galimatías en Fourier, en su totalidad es casi ilegible; hay quizá, no obstante, algo provechoso que extraer de sus textos. En fin, era lo que pensábamos en nuestra época ...
Se calló, pareció que se volvía a sumir en sus recuerdos. Las borrascas habían amainado y cedido el paso a una noche estrellada, silenciosa; una espesa capa de nieve recubría los tejados.
-Yo era joven ... -dijo al fin, con una especie de incredulidad dulcificada-. Quizá tú no puedas darte cuenta del todo, porque naciste en una familia ya rica. Pero yo era joven, me preparaba para ser arquitecto y estaba en París; todo me parecía posible. Y no era el único, París era alegría entonces, tenías la sensación de que podías reconstruir el mundo. Fue allí donde conocí a tu madre, ella estudiaba en el conservatorio, tocaba el violín. Éramos realmente como un grupo de artistas. Bueno, lo único que hicimos fue escribir cuatro o cinco artículos en una revista de arquitectura, que firmamos entre varios. Eran textos políticos, en gran parte. En ellos defendíamos la idea de que una sociedad compleja, ramificada, con múltiples niveles de organización, como la que proponía Fourier, iba de la mano con una arquitectura compleja, ramificada, múltiple, que dejaba un lugar a la creatividad individual. Atacábamos violentamente a Van der Rohe, que proporcionaba estructuras vacías, modulables, las mismas que servirían de modelo a los open space de las empresas, y sobre todo a Le Corbusier, que construía incansablemente espacios concentracionarios, divididos en unidades idénticas, solamente adecuadas, escribíamos, para una cárcel modelo. Aquellos artículos tuvieron cierta repercusión, creo que Deleuze habló de ellos; pero tuvimos que empezar a trabajar, los demás también, y la vida se volvió enseguida muchos menos divertida. Mi situación económica mejoró bastante rápido. había mucho ttabajo en aquella época. Francia se reconstruía a gran velocidad. Compré la casa de Raincy...
(...)
Se interrumpió observando un cambio de expresión en el rostro de Jed.
-¿Conoces a William Morris?
-No, papá. Pero yo también viví en esa casa y me acuerdo de la biblioteca ... -Suspiró, titubeó-. No comprendo por qué has esperado tantos años para hablarme de todo esto -dijo.
-Porque voy morir pronto, creo -dijo simplemente su padre-. Bueno, no inmediatamente, no pasado mañana, pero no me queda mucho, es evidente ... -Miró a su alrededor, sonrió casi alegremente-. ¿Puedo tomar más coñac?
Jed se lo sirvió en el acto. El padre encendió un cigarrillo, aspiró el humo con delectación.
-Y luego tu madre se quedó embarazada de ti. El final del embarazo fue problemático, hubo que practicarle una cesárea. El médico le comunicó que no podría tener más hijos, y además le quedaron unas cicatrices bastante feas. Fue duro para ella; era una mujer hermosa, ya sabes ...
No éramos desgraciados juntos, no hubo nunca una disputa seria entre nosotros, pero es verdad que yo no hablaba lo suficiente con ella. Está también lo del violín, creo que no debería haber dejado de tocar. Me acuerdo de una noche en la Porre de Bagnolet, en que yo volvía del trabajo en mi Mercedes, eran ya las nueve pero todavía había embotellamientos, no sé lo que provocó aquello, quizá los edificios de los Mercuriales, porque yo trabajaba muy cerca en un proyecto que me parecía sin interés y feo, pero al verme dentro del coche en medio de los carriles de acceso rápido, delante de aquellos edificios inmundos, de repente me dije que no podía continuar. Tenía casi cuarenta años, había triunfado en mi vida profesional, pero no podía continuar. En cuestión de unos minutos decidí crear mi propia empresa para tratar de hacer arquitectura como yo la entendía. Sabía que sería difícil, pero no quería morirme sin al menos haberlo intentado. Contacté con mis condiscípulos más cercanos de Bellas Artes, pero todos estaban instalados en la vida; también ellos habían triunfado y ya no tenían demasiadas ganas de correr riesgos. Entonces me lancé yo solo. Restablecí el contacto con Bernard Lamarche- Vadel, nos habíamos conocido unos años antes, habíamos simpatizado bastante, me presentó a la gente de la figuración libre: Combas, Di Rosa ... ¿Te he hablado ya de William Morris?
-Sí, papá, acabas de hablarme de él hace cinco minutos.
-¿Ah? -Se interrumpió, una expresión desorientada atravesó su rosrro-. Voy probar un Dunhill... -Dio varias caladas-. También está bueno. No comprendo por qué de pronto todo el mundo ha renunciado a fumar. Se calló, saboreó el cigarrillo hasta el final. Jed aguardaba. Muy lejos, en el exterior, un claxon solitario trataba de interpretar: «Ha nacido, el divino niño», equivocaba las notas, reanudaba el intento; después volvió el silencio, no hubo ya más concierto de cláxones. La capa de nieve era ahora espesa, se había estabilizado sobre los tejados de París; había algo definitivo en aquel silencio, se dijo Jed.
-William Morris era cercano a los prerrafaelitas -continuó su padre-, al principio de Gabriel Dante Rossetti, y hacia el final de Burne-Jones. La idea fundamental de los prerrafaelitas es que el arte había empezado a degenerar justo después de la Edad Media, que desde el comienzo del Renacimiento se había despojado de toda espiritualidad, de toda autenticidad, para convertirse en una actividad meramente industrial y comercial, y que los supuestos grandes maestros del Renacimiento, ya fueran Botticelli, Rembrandt o Leonardo da Vinci, se comportaban en realidad pura y simplemente como jefes de empresas comerciales: exactamente igual que Jeff Koons o Damien Hirst hoy, los supuestos grandes maestros del Renacimiento dirigían con una mano de hierro talleres de cincuenta, hasta cien ayudantes que producían en cadena cuadros, esculturas, frescos. Por su parte se contentaban con fijar la directriz general, firmar la obra acabada, y sobre todo se dedicaban a las relaciones públicas con los mecenas del momento, príncipes o papas. Para los prerrafaelitas, así como para William Monis, había que abolir la distinción entre el arte y el artesanado, entre la concepción y la ejecución: cualquier hombre, a su escala, podía ser un productor de belleza, ya fuera pintando un cuadro, confeccionando un vestido o fabricando un mueble, y cualquier hombre asimismo tenía derecho a rodearse de bellos objetos en su vida cotidiana. Unía esta convicción a un activismo socialista que le condujo a comprometerse cada vez más con los movimientos de emancipación del proletariado; quería simplemente poner fin al sistema de producción industrial.
»Lo curioso es que Gropius, cuando fundó la Bauhaus, seguía exactamente esta misma línea, quizá un poco menos política, con más inquietudes espirituales, aunque él también haya sido socialista, en realidad. En la proclamación de la Bauhaus de 1919, declara que quiere superar la oposición entre el arte y el artesanado, proclama el derecho a la belleza para todos: el mismo programa que William Morris. Pero poco a poco, a medida que la Bauhaus se aproxima a la industria, se vuelve cada vez más funcionalista y productivista; Kandinsky y Klee han sido marginados en e! interior del cuerpo docente, y para cuando Goering cerró el instituto, de todos modos ya se había pasado al servicio de la producción capitalista.
"Nosotros, por nuestro lado, no estábamos realmente politizados, pero el pensamiento de William Morris nos ayudó a liberamos de la prohibición de toda forma de ornamentación que Le Corbusier había impuesto. Recuerdo que Combas era bastante reservado al principio; los pintores prerrafaelitas no eran verdaderamente su universo; pero tuvo que reconocer que los motivos de papel pintado dibujados por William Monis eran muy hermosos, y cuando comprendió de verdad de qué se trataba se volvió un absoluto entusiasta. Nada le habría producido más placer que dibujar motivos para tejidos de mobiliario, papeles pintados o frisos exteriores, reproducidos en todo un grupo de edificios. La gente de la figuración libre, de todas formas, estaba bastante sola en aquella época, seguía dominando la corriente minimalista y el graf no existía todavía, o al menos no se hablaba de él. Entonces confeccionaba expedientes para todos los proyectos más o menos interesantes que eran objeto de concurso, y esperamos ...
El padre volvió a callarse, se quedó como suspendido en sus recuerdos, después se replegó sobre sí mismo, pareció empequeñecerse, adelgazar, y Jed tuvo conciencia de la fogosidad, del entusiasmo con que había hablado durante los últimos minutos. Nunca le había oído hablar así desde que era niño, y nunca más, pensó al instante, volvería a arde, acababa de revivir por última vez la esperanza y el fracaso que constituían la historia de su vida. En general, la vida humana es poca cosa, puede resumirse en un número restringido de acontecimientos, y esta vez Jed había comprendido cabalmente la amargura y los años perdidos, el cáncer y el estrés, y también el suicidio de su madre.
-Los funcionalistas ocupaban una posición dominante en todos los jurados ... -terminó su padre, suavemente-. Choqué de cabeza contra una pared; todos chocamos contra una pared. Combas y Di Rosa no cejaron enseguida, me telefonearon durante años para saber si algo se desbloqueaba ... Después, viendo que nada ocurría, se concentraron en su obra pictórica, y yo tuve que acabar aceptando un encargo normal. El primero fue el de Port-Ambares, y luego se acumularon, sobre todo acondicionamientos de centros balnearios. He ordenado mis proyectos dentro de unas cartulinas, están en Raincy, en un armario de mi despacho, podrás ir a verlas ...
Se abstuvo de añadir: «cuando haya muerto», pero Jed había comprendido perfectamente.
-Es tarde -dijo, enderezándose en su asiento.
Jed echó un vistazo a su reloj: las cuatro de la mañana.

(...)

Olvidando a su invitado, Houellebecq siguió leyendo para su coleto, y pasaba las páginas con un regocijo creciente.
Jed aguardó, vaciló, después apuró de un trago su vaso de licor de ciruelas, se aclaró la garganta. Houellebecq levantó la mirada hacia él.
-He venido -dijo- a darle el cuadro, desde luego, pero también porque espero un mensaje de usted.
Houellebecq se levantó, buscó en su biblioreca durante al menos cinco minutos y al final sacó un volumen delgado con la cubierta ajada y amarillenta, amada con almocárabes de motivos modernistas. Volvió a sentarse, pasó con precaución las páginas manchadas y rígidas: era evidente que el tomo no se había abierto en años.
-¿Un mensaje? -La sonrisa del escritor se apagó poco a poco, una tristeza terrosa, mineral, invadió su cara-o La impresión que usted tiene -dijo por fin, con una voz lenta- es de que mi vida se acaba y que estoy decepcionado, ¿no es eso?
-Eh ... , sí, más o menos.
-Pues tiene razón: mi vida se acaba y estoy decepcionado. No ha sucedido nada de lo que esperaba en mi juventud. Ha habido momentos interesantes, pero siempre difíciles, siempre arrancados al límite de mis fuerzas, nunca he recibido algo como un don y ahora estoy harto, sólo quisiera que todo termine sin sufrimientos excesivos, sin una enfermedad anuladora, sin dolencias.
-Habla usted como mi padre ... -dijo suavemente Jed.
Houellebecq se sobresaltó al oír la palabra
padre, como si el otro hubiese pronunciado una obscenidad, y luego le iluminó el rostro una sonrisa hastiada, cortés pero sin calor. Antes de continuar, Jed engulló tres macarrones seguidos, ya continuación un vaso grande de licor-. Mi padre ... -repitió finalmente- me ha hablado de William Morris. Yo quería saber si usted le conoce, lo que piensa de él.
-William Morris ... -Su tono era otra vez descomprometido, objetivo-. Es curioso que su padre le haya hablado de él, casi nadie conoce a William Morris.
-Sí, en los medios de arquitectos y artistas que frecuentaba en su juventud.
(...)
-Escuche -dijo al fin-, esto sitúa un poco su punto de vista. Está sacado de una conferencia que pronunció en Edimburgo en 1889:
"He aquí en síntesis nuestra posición de artistas: somos los últimos tepresentantes del artesanado al que la producción mercantil ha asestado un golpe fatal."
"Hacia el final se adhirió al marxismo, pero al principio era distinto, realmente original. Parte del punto de vista del artista cuando produce una obra, e intenta generalizado en el conjunto del mundo de la producción: industrial y agrícola. Hoy nos cuesta imaginar la riqueza de la reflexión política de aquella época. Chesterton rindió homenaje a William Morris en El regreso de don Quijote. Es una novela curiosa, en la que imagina una revolución basada en el rerorno al artesanado y al cristianismo medieval que se extiende poco a poco por las islas británicas, suplantando a los demás movimientos obreros, socialista y marxista, y que conduce al abandono del sistema de producción industrial en favor de comunidades artesanales y agrarias. Algo absolutamente inverosímil, tratado en una atmósfera de hadas, no muy alejado del Padre Brown. Creo que Chesterton puso en este libro muchas de sus convicciones personales. Pero hay que decir que William Morris, a juzgar por todo lo que se sabe de él, fue una persona extraordinaria.Un leño se derrumbó en la chimenea, proyectando un vuelo de carbonillas.
-Debería haber comprado una pantalla -masculló Houellebecq, antes de mojarse los labios con su vaso de licor.
Jed seguía mirándole, inmóvil y atento, se sentía invadido por una tensión nerviosa extraordinaria, incomprensible. Houellebecq le miró con sorpresa y Jed se dio cuenta del hecho embarazoso de que unos temblores convulsivos le agitaban la mano izquierda.
-Perdone -dijo finalmente, distendiéndose en el acto-. Atravieso un período ... especial-. William Morris no tuvo una vida muy alegre, según los criterios habituales -prosiguió Houellebecq-. Sin embargo, todos los testimonios nos lo muestran contento, optimista y activo. A los veintitrés años conoció a Jane Burden, que tenía dieciocho y trabajaba de modelo para pintores. Se casó con ella dos años más tarde, él también pensó en dedicarse a la pintura pero renunció, no se sentía con suficiente talento; respetaba la pintura por encima de todo. Se hizo construir una casa con arreglo a sus propios planos en Upton, a la orilla del Támesis, y la decoró él mismo para vivir allí con su mujer y sus dos hijas pequeñas. Según todos los que la conocieron, su mujer poseía una gran belleza; pero no era fiel. Tuvo, en particular, una aventura con Dante Gabriel Rossetti, el jefe de fila del movimiento prerrafaelita. William Morris le admiraba mucho como pintor. Al final Rossetti se fue a vivir con ellos y le usurpó por las buenas el lecho conyugal. Entonces Morris emprendió viajes a Islandia, aprendió la lengua del país, empezó a traducir sagas. Regresó al cabo de unos años y se decidió a pedir una explicación; Rossetti se avino a marcharse, pero algo se había roto y ya no hubo nunca una auténtica intimidad carnal en la pareja. Él ya se había comprometido con varios movimientos sociales, pero abandonó la Social Democratic Federation, que le parecía excesivamente moderada, para fundar la Socialist League, que defendía posiciones abiertamente marxistas, y hasta su muerte se dedicó en cuerpo y alma a la causa comunista, multiplicó los artículos de prensa, las conferencias, los mítines ...
Houellebecq se calló, sacudió la cabeza con resignación, pasó suavemente la mano por el lomo de Platón, que gruñó de satisfacción.
-También combatió sin descanso -dijo, con lentitud- la gazmoñería victoriana, militó a favor del amor libre ...
»¿Sabe? -añadió todavía-o Siempre he detestado esa idea repugnante, pero, por otra parte, tan creíble, de que la acción militante, generosa, aparentemente desinteresada, sea una compensación a los problemas de carácter privado...
Jed guardó silencio, esperó al menos un minuto. -¿Cree que era un utopista? -preguntó al cabo-o ¿Un completo irrealista?
-En cierto sentido sí, sin lugar a dudas. Quería suprimir la escuela, pensando que los niños aprenderían mejor en un ambiente de total libertad; quería suprimir las cárceles, pensando que los remordimientos serían un castigo suficiente para el criminal. Es difícil leer todas estas absurdidades sin una mezcla de compasión y de desaliento. Y, sin embargo, sin embargo ... -Houellebecq vaciló, buscó palabras-. Sin embargo, paradójicamente, tuvo cierto éxito en el aspecto práctico. Para poner en práctica sus ideas sobre el retorno a la producción artesanal, creó muy pronto una empresa de decoración y mobiliario: los obreros trabajaban en ella mucho menos que en las fábricas de aquel tiempo, que es verdad que eran más o menos presidios, pero sobre todo trabajaban libremente, cada uno era responsable de su tarea de cabo a rabo, el principio esencial de Morris era que la concepción y la ejecución nunca debían separarse, no más de lo que lo estaban en la Edad Media. Según todos los testimonios, las condiciones dc trabajo eran idílicas: talleres luminosos, aireados, a la orilla de un río. Todos los beneficios se repartían entre los trabajadores, salvo una pequeña parte que servía para financiar la propaganda socialista. Pues bien, contra todo pronóstico, el éxito fue inmediato, incluido en el sector lomercial. Después de la carpintería se interesaron por la Joyería, la talabartería, luego las vidrieras, los tejidos, las tapicerías de muebles, siempre con el mismo éxito: la sociedad Morris & Co. generó ganancias constantemente, desde el principio hasta el fin de su existencia. Lo cual no lo ha conseguido ninguna de las cooperativas obreras que se multiplicaron a lo largo del siglo XIX; ya fueran los falansterios de Fourier o la comunidad icariana de Cabet, ninguna consiguió organizar una producción eficaz de bienes y mercancías, exceptuando a la sociedad fundada por William Morris sólo se puede hablar de un sucesión de fracasos. Sin hablar siquiera de las posteriores sociedades comunistas ...
Enmudeció de nuevo. La luz empezaba a menguar en la sala. Houellebecq se levantó, encendió una lámpara de pa malla, echó un leño al fuego antes de volver a sentarse. Jed le seguía mirando con atención, perfectamente silencioso, con las manos posadas en las rodillas.
-No lo sé -dijo Houellebecq-, soy demasiado viejo, ya no tengo ganas ni costumbre de sacar conclusiones, o sólo de cosas muy simples. Existen retratos de él, ¿sabe?, dibujados por Burne-Jones: probando una nueva mezcla de tintes vegetales, o leyendo a sus hijas. Un tipo achaparrado, de pelo espeso y revuelto, con la cara colorada y viva, gafitas y una barba enmarañada, en todos los dibujos da una impresión de hiperactividad permanente, de una buena voluntad y un candor inagotables. Lo que sin duda se puede decir es que el modelo de sociedad propuesto por William Morris no tendría nada de utópico en un mundo en el que todos los hombres sa parecieran a William Morris. 
(...)


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