viernes, 31 de diciembre de 2010

Morente en "Arte y Artistas Flamencos" (1990)


Morente en el programa de rtve "Arte y Artistas Flamencos" (1990)

Romerías (fragmentos de "Yerma" de F.G. Lorca)
No te pude ver
cuando eras soltera
mas de casada te encontraré
te desnudaré
casada y a la romera
cuando en lo oscuro
las doce den
ay lere ay leré
cuando en lo oscuro
las doce den.
Ay...
corté la rama de un arbol
que se salia en un camino
y cuando al suelo cayó
dijo este era mi sino
ay por mi mala dirección

jueves, 30 de diciembre de 2010

Enrique Morente, las Voces Búlgaras y Lagartija Nick

Programa especial de rtve dedicado a Enrique Morente allá por 1999. Comienza con el impresionante "Campanas por el poeta" con el acompañamiento de las Voces Búlgaras y acaba en el Omega, "Ciudad sin Sueño" con los Lagartija Nick.

Ciudad sin sueño, poema de Federico García Lorca

No duerme nadie por el cielo,
nadie, nadie, no duerme nadie.
Las criaturas de la luna
huelen y rondan las cabañas.
Vendrán las iguanas vivas
a morder a los hombres que no sueñan.

Y el que huye con el corazón roto
encontrará por las esquinas
al increíble cocodrilo quieto
bajo la tierna
protesta de los astros.

No duerme nadie por el mundo,
nadie, nadie, no duerme nadie.

No es sueño la vida.
¡Alerta! ¡Alerta!
Subimos al filo de la nieve
con el coro de las dalias muertas.
Pero no hay olvido,
ni sueño, carne viva.
Los besos atan las bocas
en una maraña de venas recientes
y al que le duele su dolor
le dolerá sin descanso
y el que teme la muerte
la llevará sobre los hombros


SI SE CALLA EL CANTOR, CALLA LA VIDA

(a mi amigo Enrique Morente cuando ya duerme en Granada)
sábado 18 de diciembre de 2010
Texto: José Manuel Gamboa
Foto: Paco Sánchez
Por la clínica La Luz
no quiero pasar
porque me acuerdo de mi amigo Enrique
y me harto de llorar.

Hasta hoy no he podido hablar porque las lágrimas y la congoja me impedían convocar las palabras precisas -si es que alguna vez dí con ellas-, para despedir a Enrique Morente. Así de fuerte, a Morente. Responder al inesperado adiós del maestro más potente, Enrique Morente ¿He dicho algo?

¡Esto sí que son pérdidas! Y de las que no aguardan ganancias.

Amigo Enrique, si uno supiera estar a la altura te escribiría una elegía, qué sé yo… Antes de meter la pata remitiremos a Miguel Hernández, aquel poeta que nos diste a conocer cuando éramos jóvenes, primero alzando la voz en las tribunas saltándote la censura franquista y, después, al productor de turno que no quería registrar la intensidad de los lamentos compañeros: Yo quiero ser llorando el hortelano…. Ahora que un hachazo invisible y homicida te ha derribado, tan solo podemos compartir el dolor con tantos y tantos amigos fetén como nos diste a conocer. Es un consuelo, como el acudir a tu familia. Tendré que ir haciéndome a la idea de que ya no me vas a llamar más, según me quisieron advertir la abuela Rosario y esa Aurora que como relámpago penetró en tus sentidos alumbrando de por vida campos de amores. Guardo tu último mensaje: Gamboíta, que no voy a poder ir a verte hoy y por el libro de Rafael Romero; que me voy a quedar con Jack el Destripador…

Nos has enseñado tanto sin dar aparentes lecciones, nos has socorrido estando siempre oportuno el primero en el momento preciso con la palabra justa cuando flaqueaban las fuerzas… Alimentaste el correcto apego prodigando sonrisas, persiguiendo o provocando colectivos regocijos, ¡qué de noches las de aquellos días!, y dando cuentas al que escuchar quisiere del tradicional cante jondo, el centro que jamás perdiste porque siempre supiste lo que cantabas. Enrike-ciéndonos siempre, maestro Morente. El buen árbol de la buena sombra que nos cobijó se ha quebrado, ya se secó la fuente de ese manantial de música que nos libraba de las fatiguillas y las penas. Nos has dado tanto, que nos lo has puesto muy difícil en este trance. Qué dolor, qué pesar, qué desazón, qué tristeza infame e infinita nos abruma.

No me va a dar tiempo, me decías ayer cada dos por tres, ocultando en el socarrón comentario la verdad de las urgencias que augurabas en silencio. De momento ahí se quedó la cita para hoy, 17 de diciembre, que te esperaba la Legión de Honor francesa y no tenías muy claro si ello te obligaba a desfilar; para ti la Legión, como antes fue para tu adorada Antonia Mercé, La Argentina, y para mí un año más. Motivos –de muy distinta índole, no cabe duda- había para celebrar, y habíamos prometido tomárnoslo a pecho, que nunca nos ha caído mal… Permanecerá pendiente la ceremonia, y en el disco duro esa bulería con el amigo Gerardo Núñez y aquella otra con Pepe Habichuela, y en la agenda una cosita para Joaquín Sabina y un cedé sobre la obra de Antonio Vega. Y eso no es nada más que una mínima parte de lo aplazado. El bullir de ideas morentianas veníase arriba por instantes, y La Pelota, su mujer, su Aurora, su luminaria, se decía con la gracia del flamenco acento: “¡Y éste hombre, que quiere sacar un disco a la semana!”.

Claro, tienen hoy pleno sentido aquellas premonitorias revelaciones con que salpicabas la conversación en los últimos tiempos, o, sin ir más lejos, las revelaciones jamás reveladas que dabas en revelar a tus gentes. Y ahora nos rebelamos, con Be alta y clara, nosotros; nos cogemos un rebelamiento de los que hacen época y, aunque no sirva para nada, en el fragor del desconsuelo, queriendo pedir amparo, buscar alivio a las penas, levantamos una tormenta de piedras, rayos y hachas estridentes.

No ha mucho te vi gemir con rabia ante la injusta pérdida del entrañable y gran cantaor Fernando Terremoto… Al darte la noticia del tránsito de Mario Pacheco, aquel que dejó retratado en la mejor portada flamenca que conocemos el despegue que emprendiste de la mano de Pepe Habichuela, nos preparabas con un comentario desconcertante para la agenda de ausencias al acecho. En los estudios CATA, los antiguos Sintonía donde tanto sintonizó Mario para sus Nuevos Medios, plasmaste tu último cante el día que se nos fue. Una semana después ingresabas a ver la oscuridad en La Luz ¡Válgame, qué contradicción! Qué triste pasa este jodío 2010 para nuestros jóvenes flamencos, de edad o espíritu.

Cantaste en la Casa de América hace nada, el 23 de octubre, y te anunciaron de una forma un tanto rara: “Mayra Oyuela, ex Enrique Morente”. Quieras que no a primera vista el cartel era para alarmarse. Antes de ponernos hecatómbicos nos dijimos, un momento que la están peinando, y volvimos a leer con mayor cuidado para observar que la cosa era de otro modo: “Mayra Oyuela, Ex, y Enrique Morente”. Con tu “jefe” Javier Liñán os acercasteis después al domicilio de Iker Seisdedos a, ¡nunca nos ha hecho daño!, festejar. El anfitrión te ofreció su discoteca y elegiste a Mercedes Sosa, lo que me hace recordar también tu propósito de rendir homenaje discográfico a los cantautores por haber iluminado “siempre a los de abajo”… La recepción ikertiana me la cuenta Marisé -que yo andaba por Arahal, mi pueblo que tanto te quiere y al que tanto quisiste-, y es ella, mi mujer, quien elige ahora para ti, su “hermano” Enrique Morente, la canción de Horacio Guarany que encarnó a la perfección Mercedes y tan bien te cuadra:

Si se calla el cantor, calla la vida
porque la vida, la vida misma es todo un canto.
Si se calla el cantor, mueren de espanto
la esperanza, la luz y la alegría.

En La Luz, precisamente, enmudeció, mientras nosotros, sin esperanza ni alegría, quedamos espantados y el cante jondo siguiendo latía con tiento en las conciencias así:

Dicen los doctores
que me encuentran grave,
malito de muerte,
yo bien sé que muero;
¡Que me llamen a mí a otro doctor…!

Morente, de poder, se hubiese defendido así:
¡Antes morir que perder la vida!

Y nosotros clamando:

Que no calle el cantor porque el silencio
cobarde apaña la maldad que oprime,
no saben los cantores de agachadas
no callarán jamás de frente al crimen.

Que eras grande entre los grandes muchos ya lo saben, otros lo sabrán y otros ignorantes en su ignominia seguirán ladrando. Tú, el valeroso rebelde que por honestidad se arriesgó a perder el buen trato de los santones haciéndose fuerte en su propio decir, prefiriendo el desastre a la mediocridad, pasaste por el eterno alumno ¡Qué cosas! Libre te quiero y libre, al fin, te quieren ellos.

Enrique se nos ha ido, y aquí nos quedamos los demás entre confusiones, fusiles, venenos y ladrones, muchos ladrones hijosdesumadre merodeando. Como la brújula que perdió su aguja, ¡ahora sí que estamos vivos de milagro! Perdidos en el espacio del silencio, ¿quién marcará el rumbo a humildes golpes de amistad y sabiduría? Definió hace poco su colega de aventuras José Luis Ortiz Nuevo: Es abuelo y es vanguardia ¿Dónde ahora la vanguardia, y hacia dónde? Resuena por doquier un, ¿y ahora qué?, desolador que nada bueno barrunta.

Ni lo vimos partir cuando en la lejanía ya se difuminaba. Él iba solo tambaleándose. Te daba mi vida, amigo, porque tú mucho más a la existencia de los demás darías. Lástima que no nos dejen hacer estos conciertos, cuando siento más tu muerte que mi vida y aunque que me perdiera lo que trajeses.


Que mil guitarras desangren en la noche
una inmortal canción al infinito.
Si se calla el cantor…, calla la vida.

«Pistola y cuchillo» una novela con alma de Camarón

Montero Glez publica una novela «muy flamenca» en la que evoca la figura del cantaor
Es la figura, el retrato, sin  el marco de lo biográfico, limpio de fechas, de datos, testimonios, sin el nació, creció y murió dickensianos. «Todo está ahí, en  el primer párrafo», indica. La primera página de la novela no es para nada la primera página del libro. Nunca lo son. Vienen numeradas y ésa es la nueve

Frente al muro: El autor homenajea a José Monge en esta obra

Se lee el comienzo con claridad debajo de un número romano  con una  expresión algo cenicienta: «A la entrada de la Venta Vargas, por donde antes aparcaban los coches, le han puesto una estatua. Dicen que es él, pero no se le parece.

Además de no reír tampoco canta y ni siquiera tararea». Lo evoca al trasluz de los recuerdos, que en este caso es el legado de su música y su voz. El valor de un talento que el tiempo y la leyenda han perpetuado más alla de su presencia, pero, en esta ocasión, bajo el velo abundante de la prosa, que es lugar donde suelen refugiarse las verdades cuando rehúyen de la obviedad y prefieren mostrarse con sutileza detrás de una fábula o  de una buen historia.

Lo redibuja ahí, en su ambiente del sur,  con su chaquetita roja, el carácter siempre desprendido y esa avidez de cigarrillos de fumador nocturno, del trasnochador sin redención que teme que la velada le sorprenda en algún momento con las cajetillas vacías y los estancos cerrados. «Él era muy generoso. El más generoso del mundo, pero tenía miedo de quedarse sin pitillos. Yo lo entiendo es una cosa terrible. Ahora fumar es un sacrilegio. Entonces, no, y, por eso, las noches estaban llenas de tabaco».

Montero Glez nos regala un José Monge Cruz, un Carmarón de la Isla, en su nuevo libro «Pistola y cuchillo» (El Aleph). Lo recorta con ráfagas de humanidad y todos los detalles de las anécdotas, ciertas o no, pero que son más reveladoras que quinientas páginas de descripciones y de vivas estampas costumbristas. «La biografía es un género muerto. Existen algunas que son buenas, las que están escritas desde el cariño, como la de la mujer, por ejemplo, o la de Carlos Lencero, pero son cosas muy especiales. Para mí Camarón es un referente. Alguien importantísimo para mi literatura, como lo son Shakespeare, Goya, Hemingway o la naturaleza. Yo me encontré con esta obra. Me dedico a la fábula y quería pagar la deuda que tenía con el flamenco, dedicarle un homenaje. Y Camarón era todo flamenco. Su voz tenía el pasado del flamenco y, a la vez, lo proyectaba hacia el futuro».

Las puertas del cielo

Montero lo imagina en la puerta de un lugar mítico, un espacio simbólico, ya «enfermo», pero con el aliento sedicioso de los que  todavía se resisten a entregarse porque sí a la muerte. En ese trance deberá tomar una decisión. «La más importante de su vida». Y lo hará a través de la prosa de Montero Glez. Una prosa que ha depurado con atención, despojándola de accesorios, para obtener un texto bello, limpio, claro. «Hay muñeiras, chotis, fados, pero el folclore más inteligente es el flamenco. Es el que ha sabido adaptarse mejor. Es tan cercano. Yo he aprendido mucho de Camarón de la Isla, de Paco de Lucía...».

Deja los puntos suspensivos para que los que escuchan completen la lista. Lo que sí cuenta Montero Glez es la afición hacia el cante y cómo lo sorprendió en una época temprana. Cuando todavía era posible ver a los grandes en un local chiquito, pequeño. «Ahí están –le comentaban–, detrás de esa puerta». Y él se sentaba en una esquina, sin molestar, porque Montero Glez es persona respetuosa y reverencial hacia lo que admira y comprende. Y ese sitio lo era. «Soy un  camaronero de vocación tardía. Antes, cuando salía por la noche, escuchaba a Bob Dylan. Tocaba a las puertas del cielo. Pero no me gustaba la movida madrileña ni el Rock Ola. Me gustaba el Candela. Allí, Miguel Candela, me abría esa puerta. Y poco a poco me fui apartando de Dylan y me fui metiendo en esta música. El flamenco es mi aula sagrada, mi universidad».

Lo vio, pero jamás lo conoció. Camarón de la Isla se le metió en el alma, en el cuerpo, y ahora colecciona sus discos. Los compra, incluso en las estaciones  de servicio de carretera, porque no tiene o le parece que es nueva la fotografía que hay en la carátula de ese álbum. «Lo seguí por San Isidro, por las ferias. En Málaga y recuerdo que cada vez acudía más gente a sus conciertos. Gente de todo tipo, no solo gitanos: ejecutivos, rockeros, punkies, pijos...».

Ha escrito esta novela, en el patio de esa Venta Vargas. Un lugar que el cantaor conoció. Le han dejado un rinconcito y con su libreta y su poética en narrativa, Montero Glez nos ha devuelto a Camarón.  «Escribía esta obra ahí. La familia Picardo, que lleva la Venta Vargas, me ha permitido que me sentara en una mesa y que estuviera aquí. Han sido muy amables. Escribía y  después lo leía  todo en voz alta en el patio. He estado imaginando, viendo las fotografías que hay, pensando cómo sería esa última noche ahí». Montero Glez hace un alto.

Para. Reflexiona. Un silencio. «Camarón se explicaba cantando», sentencia después Su memoria está repleta de nombres, de veladas tardías. «Los he visto a todos, al Tomatito, al Habichuela... Yo era un crío y eso fueron seis años de mi vida. Acudía todas las noches», asegura. El escritor iba al Candela. Se acuerda y rememora: «Yo intentaba pasar desapercibido. Tendría 18 años. Estaba sentado y ni me atrevía con las palmas porque no tenía el ritmo de ellos. No quería molestar. Permanecía ahí oculto. La voz de Camarón me traspasó. Lo sentías, aunque no estuviera cerca. Yo me quedé enganchado. Era como un metal de voz. Yo he visto romperse las camisas por Camarón».

Obra, estilo y pureza

Salía del local cuando ya era el día siguiente «y me iba para mi casa con el soniquete. Se reunían en ese lugar después de la actuación. Ya iban de fiesta. Con copas. Se desataban. Era un privilegio estar en esos momentos». Después admite: «He aprendido mucho ahí. El flamenco es la música más libre. Y es curioso que la haga una raza perseguida. A lo mejor es eso lo que les hace que esta música sea mucho más libre. Me ha influido en la literatura. El rock me cansa, pero cuando escucho flamenco, ese ritmo, me digo, a ver, qué puedo hacer con él. Es una referencia para mi literatura. Lo importante en un libro es lo que cuentas. La forma en lo que lo cuentas es el estilo, que nunca va separado de la historia. Esta obra, por eso es más cristalina, porque Camarón tenía una voz pura. He buscado la transparencia. He roto muchos folios y la novela en la que más veces me he perdido. No hay nadie que haya superado a Camarón».

El novelista, el autor de «Sed de champán», «Manteca Colorá» y «Pólvora negra» subraya que el talento es algo que va con uno, pero que siempre existen más ingrendientes. «Fue tan original que nadie puede copiarle ni superarle. Lo consiguió a base de estudiar a todos. Iba, atendía, miraba y luego le daba su punto. Él cogía de todo y lo hacía suyo. Él mismo engañaba el compás, al ritmo. Cambiaba una canción alegre por otra triste. Más que un cantaor era un estudiante». La pregunta que queda por responder es, por qué una novela. Montero Glez no duda: «Se ha hecho una peli, biografías, discos, pero no se había sacado su figura en la literatura».


A «Pistola y cuchillo»
Montero Glez describe su propia novela con ternura: «Es cortita, pero muy flamenca. No es una obra de Ken Follett, que se podría hacer. Es una historia más breve, pero muy intensa. Con mucho diálogo, muy teatral. Un título en el que he “desescrito” más que he escrito. Pero ahora este libro es de la gente». Sí, es de la gente, pero al autor le queda un pequeño sueño en el interior. Lo que consideraría su mayor logro. «Para mí sería el éxito que alguien que no lo conoce comenzara a escucharlo por haber leído mi libro. Pero me temo que eso no podrá suceder porque él es mucho más conocido que yo», añade. Montero Glez reconoce que «tengo todos sus discos. Algunos repetidos. Cajas integrales. Voy al Media Markt, las veo y me las tengo que comprar. Ahora lo escucho con más cariño. Estoy más agradecido a su figura.

Lo pongo más. Soy más camaronero». El novelista recuerda un concierto. Fue el mejor que dio Camarón. Lo dio en los noventa, cuenta, en San Juan Evangelista. Quizá es el mismo que se reeditará el próximo 7 de septiembre. Es el que dio el cantaor junto a Tomatito el 25 de enero de ese año. Fue en el mismo lugar que apunta el escritor, que ha aprovechado una canción de Camarón para dar nombre al libro. «“Pistola y cuchillo” es una bulería que había en su disco “Te lo dice Camarón”. Pero el disco que yo recomiendo y que aparece en la novela es “La leyenda del tiempo”. Es de los mejores del siglo pasado. Pero de la historia de la fonografía. Es un gran disco.Pero yo también tengo una predilección. No suena tan bien, pero a mí me gusta: “Te lo dice Camarón”. Me encanta. Sé que es un disco menor, pero para mí es uno de los grandes. La guitarrita de Tomatito me apasiona. Y luego, claro, cualquiera de los directos que tiene».
- J. Ors-

«Pistola y cuchillo»
Montero Glez
El aleph
128 páginas 18 euros
 

miércoles, 29 de diciembre de 2010

ESPECIAL FLAMENCO 2000-2010, UNA DÉCADA DE ARTE PARA LA HUMANIDAD.

ESPECIAL. FLAMENCO 2000-2010, UNA DÉCADA DE ARTE PARA LA HUMANIDAD.

La primera década del siglo XXI concluye. Y es tiempo de hacer balance... flamenco. El género ha vivido diez años intensos, en los que ha visto nacer a artistas, despedir a leyendas, crear nuevas tendencias, enterrar estilos caducos, consolidar formatos escénicos, trazar circuitos, aflorar (y desaparecer) sellos discográficos, padecer y afrontar la crisis de la industria discográfica, consolidarse el modelo de macrofestival, crecer y crecer en el mundo, subirse al tren de Internet… y, al final, saberse declarado Patrimonio de la Humanidad...
1. CANTAORES
La década 2000-2010 comenzó con múltiples alumbramientos. Sobre todo, de cantaores. Una nueva generación irrumpía blandiendo un neoclasicismo que contestaba la uniforme tendencia ‘camaroniana’. Estrella Morente, Arcángel, Miguel Poveda y Marina Heredia demostraron que eran posibles otros modos, otros referentes, otros timbres, siempre mirando atrás. A lo largo de los años, los discos y los festivales, fueron consolidando sus posiciones, cada uno con su discurso, unos fieles a lo flamenco, otros abiertos a encuentros foráneos. David Lagos, David Palomar, Miguel Ortega, Londro… dieron también el paso adelante, tras años en el atrás de las compañías de baile, con propuestas discográficas propias.
 Y, poco a poco, también se vieron como referentes de quienes venían detrás, una nueva hornada de vocalistas nacidos a lo largo de la década de los ochenta, que hoy comienzan a hacerse nombre propio, entre ellos, Jesús Méndez, Argentina, Jesús Corbacho, Encarna Anillo y Rosario la Tremendita. Y, sobre todos, ya en clave de éxito, Pitingo, fundador de un subgénero mixto, la ‘soulería’, que llena teatros y entra en las listas de ventas.
La fórmula de los encuentros se demostró exitosa. Y fue el cantaor madrileño Diego el Cigala quien lo confirmó con ‘Lágrimas negras’, un disco de boleros tradicionales cantados con quejío y acompañados al piano por el venerable Bebo Valdés. Aunque no con esa amplitud y concreción, ya el ‘crossover’ mixto se instaló en la producción discográfica del flamenco desde los 90 y durante la siguiente década no ha hecho sino asentarse como fórmula, muy popular en casos como el de José Mercé, que combina lo flamenco, con lo pop y lo latino. La rama árabe la siguió explorando el maestro Lebrijano junto a Faiçal, aunque también sorprendió con el literario ‘Cuando Lebrijano canta se moja el agua’, basado en textos de ‘Gabo’ y compuesto por Dorantes.
La única propuesta experimental de la década ha sido la de Enrique Morente, con una prolífica labor en directo y en estudio basada en la exploración y “deconstrucción” del cante clásico y la poesía, acercándolo a sonidos contemporáneos como los de la electrónica o el noise. Mientras celebraba la década de ‘Omega’ en 2006, disco de culto que se retomó en directo con motivo de la efeméride, vieron la luz ‘El pequeño reloj’, ‘Morente sueña La Alhambra’, ‘Pablo de Málaga’ y dos recopilatorios de directos inéditos. Justo antes de terminarse la década, el año y este texto, Enrique Morente engrosó inesperadamente la lista de las despedidas...
  

2.GUITARRISTAS
La guitarra siguió liderada por Paco de Lucía, que en 2004 volvió a dictar sentencia con ‘Cositas buenas’. Músicos de su escuela y de la de Manolo Sanlúcar, que justo en 2000 abrió una nueva vía musical para la guitarra en ‘Locura de brisa y trino’, asentaron personales propuestas como las de Vicente Amigo, Cañizares, Gerardo Núñez, Juan Carlos Romero, José Antonio Rodríguez, Pedro Sierra, Chicuelo… Y a ellos se sumaba Tomatito tras dar el salto definitivo de acompañamiento al cante (de Camarón) a guitarra de concierto, abierta en la década a colaboraciones externas como la que protagonizó junto al pianista Michel Camilo y a la Orquesta Nacional de España, alumbrando los discos ‘Spain’ (2000) y ‘Sonanta suite’ (2010), respectivamente.
 La mayoría de los jóvenes guitarristas se decantaron por seguir su línea, aunque, poco a poco, se fueron perfilando otras propuestas derivadas de la suya y de otras escuelas. De la jerezana, salieron “personalidades” como las de Juan Diego, Alfredo Lagos, José Quevedo, Santiago Lara, Javier Patino y Diego del Morao. De Cañorroto, El Viejín, Jerónimo, David Cerreduela, Ramón Jiménez… Niño Josele se acerca al jazz. Juan Antonio Suárez ‘Cano’ y Jesús Torres desarrollan sendos discursos propios derivados de la composición para baile. José Manuel León escudriña las claves algecireñas con miras vanguardistas. Etcétera.
  

3.BAILAORES
El baile en la década ha sufrido una verdadera eclosión de propuestas, estilos, formatos, formas y nombres. Las compañías de la década, por volumen, espectáculos, repercusión y solidez, han sido las de Joaquín Cortés, Antonio Canales, Sara Baras, Eva Yerbabuena y María Pagés. Por supuesto, cada uno con su respectivo discurso. Joaquín Grilo, Javier Barón, Manuela Carrasco… son algunos más de los grandes nombres del periodo, aunque sus propuestas han sido más individualistas.
Ellos venían de cimentar sus posiciones en los años 90 y mientras las consolidaban, fueron viniendo nuevos nombres. Farruquito, bendecido en el celuloide por su abuelo, demostró ser uno de los más aclamados con montajes como ‘Alma vieja’ y ‘Puro’. Pausada su carrera por problemas personales, fue su hermano Farruco quien tomó el testigo, y hasta se ve ya despuntar al más chico de la saga, El Carpeta. En esa estela de virtuosismo, fuerza y raíz, despuntaron también Juan de Juan, apadrinado por Antonio Canales, y otros bailaores de su órbita.
Los menos tomaron el camino de la vanguardia. Israel Galván pasó de ver cómo el público se iba de sus espectáculos, a convertirse en icono de la modernidad para público, prensa y programadores centroeuropeos. Dirigido por el creador contemporáneo Pedro G. Romero, empezó la década con ‘La metamorfosis’ de Kafka y la terminó con el Apocalipsis bíblico, quedándose antes ‘Solo’ y versus Los 3.000. Andrés Marín, por su lado, fue defendiendo su discurso minimalista, austero y rectilíneo, con aliados como el sonador de campanas Llorenç Barber o la artista contemporánea Pilar Albarracín.
Con intenciones de ir más allá, pero con un pie puesto siempre en la formas clásicas, se encuadran bailaoras jóvenes como Rocío Molina -que cierra brillantemente la década con el Premio Nacional de Danza 2010 en la modalidad de interpretación-, Pastora Galván, Concha Jareño, Olga Pericet y Fuensanta la Moneta, todas ellas con diferentes propuestas en circulación por los festivales del género. Las preceden Belén Maya, Rafaela Carrasco e Isabel Bayón, quienes depuraron en estos años sus respectivos lenguajes, que tan bien alimentados venían de la cantera que fue la Compañía Andaluza de Danza. Más centradas en el canon, fueron abriéndose paso Mercedes Ruiz, Adela Campallo, María José Franco y María del Mar Moreno. Lo mismo que Ángel Muñoz, Andrés Peña, Juan Ogalla, El Junco… en el apartado masculino.
Y, al tiempo, va fraguándose una tendencia interdisciplinar, que conecta el baile flamenco con la danza clásica española, la escuela bolera y el contemporáneo. Rubén Olmo es uno los bailarines-bailaores que nutren esta tendencia, plasmada en su obra ‘Tranquilo alboroto’. El estandarte de esa línea es Dospormedio & Compañía, dirigida por Rafael Estévez y Nani Paños. Juntos, además, trabajan en un proyecto basado en la improvisación con los sonidos electrónicos de Artomatico.


3.MÚSICOS y GRUPOS
La música instrumental y la nómina de grupos también sufrieron cambios a lo largo de la década. En el año 2000 vio la luz ‘El concierto de Sevilla’, que sellaba una influyente alianza musical entre Jorge Pardo, Carles Benavent y Tino di Geraldo, los dos primeros integrantes del sexteto de Paco de Lucía, y popes del flamenco jazz, y el tercero un percusionista proveniente del rock que selló modos de tratar el ritmo del flamenco desde su intervención en ‘Tauromagia’ de Manolo Sanlúcar. La estela del jazz flamenco se ha engrandecido a lo largo de estos años, llegándose a convertir en seña de identidad de los jazzistas españoles en general, entre ellos, Perico Sambeat y Raynald Colom.

Padre de esa línea también fue Chano Domínguez, que siguió proponiendo muy diferentes proyectos a lo largo de la década como el muy sonado ‘Oye cómo viene’, ‘New Flamenco Sound’ y el recientísimo ‘Piano Ibérico’. Dorantes, Diego Amador y Pedro Ricardo Miño promulgaron propuestas propias enraizadas en lo flamenco, pero abiertas a otras lindes. La toma de conciencia de la etiqueta internacional “world music” provocó la aparición de diálogos como el ‘Yerbagüena’ de Pepe Habichuela y la Bollywood Strings Band en 2001. Son de la Frontera, desde Morón, ligó el legado guitarrístico de Diego del Gastor con el tres cubano. Del atrás del baile, surgieron también grupos instrumentales como Echegaray que, derivado del grupo de Joaquín Cortés, grabó en 2003; y Ultra High Flamenco, guitarrista, violinista, contrabajista y percusionista que, tras componer y acompañar a diversos artistas, se juntaron a departir.
En cuanto a la rama pop, se vivió en la década la última etapa de Ketama, mientras se mantenían otras bandas como La Barbería del Sur y Maíta vende cá, y triunfaba Niña Pastori con su fórmula de pop flamenco que tan hondo caló en el público joven. Influidos por el flamenco rock de Pata Negra y Veneno, y hasta por el rollo progresivo de Smash y Triana, nacieron grupos como Los Delinqüentes y ElBicho. Desde Barcelona, y en plan colectivo, implosionaron a principios de la década los Ojos de Brujo, con una mezcla de flamenco, rumba, hip hop y electrónica que se plasmó en exitosos trabajos y giras como ‘Barí’. Desde la costa malagueña, triunfaron acuñando el “flamenco chill” los Chambao, con discos tan sonados como ‘Endorfinas en la mente’. Dos bailaoras cambiaron los tacones por la voz. Ana Salazar se hizo cantante para aflamencar a Edith Piaf, y La Shica modernizó coplas y lanzó nuevas canciones con tinte rapero. Y sin etiquetas, desde Jerez, dos personales artistas fueron salpicando la década de nuevas y únicas formas de ser jondo y transgredir: Tomasito, con álbumes como ‘Cositas de la realidad’ (2002); y Diego Carrasco con ‘Inquilino del mundo’ (2000).
  

Las despedidas
A los nacimientos y confirmaciones, por desgracia, hubo que ir sumando despedidas. Entre 2000 y 2010 se fueron maestros del cante de la talla de Sordera, Naranjito de Triana, La Paquera, Chocolate, Fernanda y Bernarda de Utrera, Gaspar de Utrera, Chano Lobato... Por sorpresa, una enfermedad grave se llevó a Fernando Terremoto, en plenitud de su carrera y cuando acababa de terminar el mejor de sus discos, ‘Terremoto’, con el que pretendía dar un giro de libertad a su carrera. El baile perdió, entre tanto, a maestros legendarios como Antonio Gades, Manuela Vargas y Mario Maya. Aunque sus artes no eran ni el cante ni el baile ni el toque, el flamenco también tuvo que lamentar la muerte del percusionista José Antonio Galicia en 2003, la del letrista y escritor Carlos Lencero en 2006, y a final de 2010, la muerte de Mario Pacheco, fundador del sello Nuevos Medios y padre del ‘nuevo flamenco’. Y hoy aún no hemos digerido la inesperada muerte de Enrique Morente el pasado lunes 13 de diciembre de 2010, quien deja al flamenco futuro sin brújula.

Silvia Calado/ Flamenco-world.com, diciembre de 2010

viernes, 24 de diciembre de 2010

Diez años sin Carlos Cano

 Diez años. "Se ha roto el alambre de todo lo que nos sostenía", sentenció Enrique Morente ante el féretro de Carlos Cano en una síntesis flamenca de la pérdida del renovador de la copla. Apenas diez años y pocos días de diferencia, la barca volvió a cruzar el río Hades para llevarse al autor de esas palabras. Granada, huérfana.
El 19 de diciembre de 2000, el corazón de Carlos Cano estalló. En ese momento, el artista comenzó a latir en el recuerdo de sus amigos. Entre ellos, el cardiólogo Diego de los Santos, que con el tiempo escribiría el libro 'Carlos Cano. A la luz de su cantares'.
"Conectamos de forma directa", recuerda. Corría el año 1975 cuando ambos se conocieron en el teatro Lope de Vega de Sevilla. "Ambos amábamos la poesía de Lorca", confiesa el galeno. Hoy, diez años después, recuerda al cantautor granadino con la sonrisa del que gozó de su amistad.
La repentina muerte de Enrique Morente, amigo que ambos compartían, se hace ineludible en la conversación. "Recuerdo al cantaor ante el féretro de Carlos, iba entre el público, sin llamar la atención. Lo agarré del brazo y lo llevé ante el artista. Me abrazó y me dijo, se nos ha roto el alambre de todo lo que nos sostenía: dignidad, creatividad, esfuerzo...", recuerda De los Santos.
La despedida se repetiría diez años más tarde. Carlos Cano quiso estar en la despedida del cantaor granadino y lo hizo a través de los labios de Estrella, la hija de Morente. Con la voz desgarrada, ante el cuerpo del artista sonó 'Habanera imposible', composición de Cano. El círculo se cerraba, Carlos decía así adiós a su amigo Enrique.
Carlos y la política
"Vale, tienes razón. A partir de ahora te vamos a apoyar... de Despeñaperros para arriba"En el diálogo, frente a los sevillanos jardines de Murillo, taza de manzanila en mano y algún que otro cigarrillo, salen más nombres. Entre ellos, el de Alfonso Guerra. "El poder lo persiguió, hasta el punto de que Carlos llegó a encabezar una lista negra. Ambos tuvimos conocimiento de ésta por el alcalde de Écija, del Partido Andalucista, que la recibió por error", recapitula el médico.
"Carlos concertó una cita con el vicepresidente Guerra y éste admitió los hechos: 'Vale, tienes razón. A partir de ahora te vamos a apoyar... de Despeñaperros para arriba, pero para abajo no", sentenció. "Lo que fue fantástico para Carlos, que triunfó en Bilbao, en Madrid y en toda España; en Andalucía no necesitaba apoyos, aquí ya era grande", menciona entre sonrisas.
Su ideología le granjeó la enemistad con las altas esferas del socialismo. Cano respondería:
 "Me han dicho que has puesto en Madrid / un despacho de mucho postín / ¡Colócanos! ¡Colócanos! ¡Ay por tu madre colócanos! / ¡Ay! Felipe de la OTAN cataflota verigües / ... llegará a ser un gran torero como Velázquez y Gregory Peck".
"Carlos era el antipoder, era rebelde", sentencia.
Los coqueteos con la política de Cano llegaron con el Partido Andalucista (PA). Tanto es así que el artista cedió la 'Verde, blanca y verde' para convertirla en el himno del andalucismo. "El partido le regaló un dinar de oro de la época califal", recuerda De los Santos.
Pero la rebeldía de Cano llegaría hasta el punto de negarse a cantar 'La verde y blanca'. "En un mitin del PA, con el público en pie, -recuerda De los Santos- Carlos dijo no. 'Ya no hace falta que la cante ya está instalada en los despachos de la Junta', espetó el artista".
Carlos, el artista
"El poeta triunfa después de la muerte, pero él destacó antes, quizás ayudó el aneurisma de 1995"El artista de sus primeros conciertos poco tuvo que ver con los del final de su carrera. "Carlos vomitaba antes de cantar. Se ponía descompuesto. Era la antiestrella. Se desentrañaba. Era tímido hasta que cantaba", rememora De los Santos.
"La tragedia ayudó a proyectar a Carlos", confiesa el galeno. "Se dice que el poeta triunfa después de la muerte, pero él destacó antes, quizás ayudó el aneurisma de 1995". "Sevilla siempre le costó, fue su asignatura pendiente, pero tras su primera operación, el teatro Maestranza se rindió a sus pies", asegura De los Santos.
Entre los múltiples giros de la conversación aparece Amalia Rodrigues, conocida en Portugal como la 'Reina del fado'. Diego de los Santos recuerda cómo conoció a la cantante en Estoril, durante un concierto. "Me salí para llamar a Carlos. Le dije: es obligatorio que te vengas a Lisboa a conocer a esta mujer. Meses después, atendiendo a mi petición, Carlos se encontró con Amalia y de ahí salió 'María la portuguesa'. La síntesis entre el fado y la copla. Un fado que Carlos quiso llamar 'Amalia la portuguesa", asegura el escritor.
Carlos y su corazón
"Aquello fue un drama", lamenta Diego de los Santos, amigo y jefe de sección del departamento de cirugía de urgencia del hospital Virgen del Rocío. Fue un solo día. "Tuve conocimiento de la afección de Carlos y corrí rápido a Granada", rememora. "Sabedor de los problemas cardiacos que heredó de su madre, pedí al manager de Cano que alquilase una avioneta y trajese desde Madrid a Ramiro Rivera, cirujano cardiovascular".
"Dijeron que el traslado fue un capricho, algo que no perdonaré""Las cosas estaban claras, en el Mount Sinai de Nueva York la mortalidad para esa intervención era del 16%; en Madrid, del 40%; y en Granada, del 95%", asegura el médico. "El aneurisma no estaba roto luego se podía viajar. Organicé el traslado, busqué a un cirujano que acompañase a Carlos y llegó a Nueva York".
La decisión fue polémica. "El hospital de Granada organizó una rueda de prensa que apareció en Canal Sur. Dijeron que el traslado fue un capricho, algo que no perdonaré. Me indigné. Pero, como la intervención salió bien, todo se olvidó", lamenta el galeno.
En Nueva York recomendaron al artista que se cuidase, "pero Carlos no tenía salida. Estallaría la arteria aorta. Como así ocurrió, afortunadamente, él no se enteró de nada", recuerda.

Diez años sin Carlos Cano, Especial de El Mundo
ESPECIAL X ANIVERSARIO | El cantante a través de su biógrafo
Una vida a corazón abierto
Vídeo: Fernando Ruso
Pepe Barahona | Sevilla






sábado, 18 de diciembre de 2010

Enrique Morente acompañado por las Voces Búlgaras

Programa especial de rtve dedicado a Enrique Morente allá por 1999 .
Tangos de Morente, "Aunque es de noche". Letra adaptada de San Juan de la Cruz.
Con el acompañamiento vocal de la Voces Búlgaras

Aunque es de noche

Qué bien se oye la fuente que mane y corre,
aunque es de noche.
 Aquella eterna fuente está escondida,
que bien sé yo donde tiene su manida,
aunque es de noche.
 Su origen no lo sé, pues no le tiene,
mas sé que todo origen de ella viene,
aunque es de noche.
 En esta noche oscura de esta vida
bien se oye por fe la fuente fría
aunque es de noche
 Sé que no puede ser cosa tan bella,
y que cielos y tierra beben de ella,
aunque es de noche.
 Bien sé que suelo en ella no se halla,
y que ninguno puede vadealla,
aunque es de noche.
 Su claridad nunca es oscurecida,
y sé que toda luz de ella es venida,
aunque es de noche.
 Sé ser tan caudalosos sus corrientes.
que infiernos, cielos riegan y las gentes,
aunque es de noche.
 El corriente que nace de esta fuente
bien sé que es tan capaz y omnipotente,
aunque es de noche.
 El corriente que de estas dos procede
sé que ninguna de ellas le precede,
aunque es de noche.
 Aquesta eterna fonte está escondida
en este vivo pan por darnos vida,
aunque es de noche.
 Aquí se está llamando a las criaturas,
y de esta agua se hartan, aunque a oscuras
porque es de noche.
 Aquesta viva fuente que deseo,
en este pan de vida yo la veo,
aunque es de noche.

(Adaptación del texto de San Juan de la Cruz)


 Del blog de  José Luis Ortiz Nuevo, El Eco de la Memoria :
Este texto (extracto), hasta ahora inédito, fue leído e interpretado con el acompañamiento de la guitarra de Juan Ramón Caro, en una de las sesiones del Seminario en Homenaje a Morente que por iniciativa del Taller de Musics de Barcelona tuvo lugar en el Festival Flamenco de Ciutat Vella en uno de los primeros años del siglo XXI.





viernes, 17 de diciembre de 2010

Enrique Morente (1942-2010), In Memoriam.


A Enrique Morente, gloria.

Tu cálida voz
tu corazón profundo
tus huellas visibles
el cielo de tu boca.
Tus ojos entreabiertos
tus pelos afilados
tu futuro despierto
la garra de tu pena.
San Juan te convoca
Picasso ensimismado
Lorca bajo el agua
el jardín y tu grito.
Ya estamos tristes
tenemos la medalla
innombrables sufrimientos
nos falta tu aliento.
El eco de tus pasos
por los puentes lejanos
tu cara tan cercana
la sombra de tu ángel.
Tu lobo en el desierto
tu raíz descubierta
tu próxima batalla
el resplandor de tu brisa.
Que digan lo que quieran
que hablen los muchachos
que bailen las ninfas
nos falta tu mirada.
Tus manos boquiabiertas
tu traje llevadero
tu pose descarnada
el cariño de tu risa.
Tu vida no se acaba
tu fuerza nos ayuda
el reloj habló claro:
el alcance de tu flecha.

Poema escrito ayer por Kiko Veneno en homenaje a Morente

 

La última entrevista de Enrique Morente

Martes, 14 Diciembre 2010
El escritor Santiago Roncagliolo visitó a Enrique y Estrella Morente en un encuentro íntimo entre padre e hija en su casa del Albaicín, en Granada. Una conversación en la que se habla de flamenco, por supuesto, pero también de rebeldía, drogas y del inmenso legado del maestro, que fallecía ayer en Madrid a los 67 años. Es la última entrevista de Enrique Morente. En el próximo número de Vanity Fair, el lunes en los kioscos, también podréis ver el reportaje fotográfico que acompañó a este reportaje.

Barrio del Albaicín, Granada. Son las cinco en punto de la tarde. Enrique de artista y de padre orgulloso. A su lado, su hija, Estrella. No hablan de sexo. Pero sí de drogas y ‘rock & roll’. Aurora, la matriarca, organiza todo. Hasta ha guisado las albóndigas del almuerzo… Los Morente nos abren las puertas de su casa. Entre sus paredes blancas padre e hija ultiman sus nuevos discos y el lanzamiento de sus hermanos como artistas. La saga de los Morente continúa.
Por Santiago Roncagliolo
Fotos, Gtres.

Estrella Morente empezó a cantar en pañales. Su padre Enrique es el más audaz cantaor no gitano. Su madre y su abuela eran bailaoras de primera línea. Su abuelo tocaba con Lola Flores, y le insistió a la niña que se dedicase al cante, siempre al cante, de ninguna manera al baile. Que Estrella fuese una loca, una oveja negra, y se dedicase a la medicina o el derecho, no era ni siquiera una posibilidad.
Cuando Estrella tenía cuatro años, el abuelo le sacaba la guitarra y la hacía cantar. Cuando tenía diez, el gran guitarrista Sabicas le tocó una taranta. A los quince deslumbraba con su voz en las fiestas de Granada. Previsiblemente, al terminar el colegio, le dijo a su padre:
-Papá, yo no quiero estudiar, yo no quiero una carrera: yo quiero cantar.
Enrique respondió:
-Pues hija, has escogido la carrera más difícil.
Él había crecido en un medio completamente distinto. Cuando niño, se llenaba los bolsillos con letras de cante, que su madre le tiraba a la basura. La señora quería que su hijo fuese “un hombre de provecho”. Él tuvo que hacerse cantaor en Madrid, donde la presión familiar no lo alcanzaba. Así que medio siglo después, cuando su propia hija le expresó sus deseos, Enrique sólo le hizo una pregunta:
-¿Cantante o cantaora?
-Cantaora.
En realidad, él no necesitaba escuchar la respuesta.
El ruiseñor de la Alhambra
-Todos los padres creemos que nuestros hijos son los mejores y los más guapos –ríe Enrique Morente, quince años y varios discos de oro después-. Yo veía a Estrella cantar y me parecía que tenía condiciones. Pero un día la grabé, y me quedé escuchando su voz en el estudio, ya no como padre, sino como profesional. Entonces me fijé en el color de su voz, en la textura: era extraordinaria.
-¿Ah, sí? Pues es la primera vez que me lo dices –responde Estrella.
Son las cinco y media de la tarde, pero los Morente recién terminan de comer. Aurora Carbonell, esposa, madre, relacionista pública, y por si fuera poco, responsable por la sangre gitana de la familia, se ha ocupado de que puedan hacerlo. Ha hecho malabares con las complicadas agendas de Enrique y Estrella, y coordinado la hora de nuestra entrevista de manera que no interfiera con sus planes. Ha guisado las albóndigas. Me ha recibido y me ha derivado con amabilidad a un salón para que los deje terminar su almuerzo en paz.
Se lo han ganado, sin duda.  Estrella y Enrique se han pasado toda la mañana en su estudio, un sótano de cincuenta metros cuadrados construido bajo la piscina de la casa familiar. Ahí, junto a su ingeniero de sonido, han estado grabando las primeras tomas para el próximo disco de la hija, que como todos los anteriores, será producido por el padre.

En las grabaciones profesionales, lo habitual es poner primero la percusión, a continuación los bajos, y luego los instrumentos solistas. Los cantantes se acoplan a la base musical sólo al final. Pero los Morente trabajan exactamente al revés: la primera grabación de Pregón de las moras incluye sólo la voz de Estrella, desnuda y sin efectos: un lamento aterciopelado pero cargado de fuerza que pone la piel de gallina.
-Hay artistas que ponen el concepto por encima del arte –explica Estrella, mientras lo escuchamos-: quieren un disco con un sonido en particular, y lo moldean como un producto. Mi padre, en cambio, pone el arte por encima del concepto.
-Ése es el verdadero trabajo del productor –completa Enrique-. No tienes que imponerle tu estilo al artista, sino sacarle lo mejor que él pueda dar.
Han dado cuenta de las albóndigas, y después de probar y descartar la temperatura del salón, han optado por atenderme en una sala junto a la cocina, uno al lado del otro, en dos confortables sillones de madera.
Estrella lleva un sencillo vestidito rosado con estampado de colores vivos, y unas sandalias tan delgadas que parece descalza. Enrique, barba de tres días, la camisa a medio abrir, pantalones pescadores y unas chanclas deportivas. Es él quien ha propuesto escuchar la grabación del Pregón de las moras, y mientras lo hacemos, me dedica una sonrisa de padre orgulloso, como si me estuviera enseñando los trofeos deportivos del colegio.
La letra de la canción dice “papaíco de mi vida, yo no puedo andar”. Y quizá no es una casualidad. Estrella dio sus primeros pasos discográficos con su padre, en 1996, como corista de Omega, el trabajo más arriesgado de Enrique: una fusión entre el flamenco y el rock alternativo de Lagartija Nick, con canciones de Leonard Cohen y letras de Federico García Lorca. A los fans, el experimentó los enloqueció. Se posicionaron rabiosamente a favor o implacablemente en contra. Y eso marcó el primer obstáculo para la incipiente carrera de su hija: ¿cómo hacer algo más innovador? ¿Cómo aportar algo distinto?
En palabras de Estrella:
-Cuando tu padre va por la vida con una pulsera de pinchos en la muñeca te pone muy difícil ser más rebelde que él.
Así que la hija optó por innovar hacia atrás. El primer repertorio de Estrella recuperaba ritmos y autores del flamenco más clásico, como Sabicas o Marchena, y su estética se inspiró en Pastora Pavón, la Niña de los Peines (1890-1969), la mayor voz femenina del flamenco de la primera mitad del siglo XX, y la favorita de García Lorca. Estrella Morente no es muy amiga de las grandes explicaciones. En general, se expresa con brevedad y concisión. Y sin embargo, cuando habla de la Niña de los Peines alza la voz, y sus enormes ojos brillan como dos lunas oscuras:
-La Niña era muy grande. No sólo como cantante. Era una mujer luchadora, que tenía que vérselas en una época y un medio mucho más difícil que el actual para las mujeres. Y salió adelante. Además, sabía verse muy bien. Era tan limpia que, cuando viajaba en tren, llevaba un pañuelo de seda blanca sólo para limpiarse el hollín que soltaba la locomotora.
Inspirada en la Niña, la casa Loewe diseñaría en piel una bata de cola blanca que Estrella luciría junto con sus enormes pendientes y relucientes peinetas. Su madre Aurora, entre sus múltiples ocupaciones, también la ayudaría a escoger un vestuario a la altura de su voz. Pero eso vendría después. Lo primero era saber pararse en un escenario.

Estrella es incapaz de precisar una fecha en concreto como su debut. Ha pasado toda vida sobre las tablas. Sin embargo, en su libro La voz de los flamencos, el periodista Miguel Mora marca un día en el que Estrella “reinventó el flamenco”: fue el 2 de setiembre de 1998, en el Paraninfo de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, y Mora describe la actuación de la cantaora así:
-Empezó suave y temblona, pero la duda duró un momento. Lo que llamaba la atención a sus 17 años, aparte de su belleza rubia y de su voz de pájaro, era ese absoluto dominio de las tablas, ese aplomo de veterana, y esa forma desenfadada y precisa de decirle ole al guitarrista… A los diez minutos de actuación, el público sabía ya que nunca se iba a olvidar de aquella niña que viene cantando desde el fondo del pasado para redibujar e inventar un arte que sólo diez minutos antes parecía intocable.
Mi droga es el cante
-Mi cantante favorito es Enrique Morente. Y lo sería aunque yo no fuese su hija. En el escenario, él siempre hace algo distinto, misterioso, sorprendente. Si me preguntas quién quiero ser, yo quiero ser Enrique Morente.
-Y yo quiero ser tú –responde Enrique Morente.
-Sí, hombre. Qué tontería.
En persona, padre e hija no se parecen especialmente. Estrella Morente tiene un carácter afable, casi protector. Cuando me vaya, se adelantará personalmente para llamar a un taxi. Durante toda la entrevista, mantiene un ojo en alguno de sus hijos, que revolotean por las escaleras. Y aunque no necesita maquillaje para verse muy atractiva, su belleza es sencilla, sin exuberancias ni estridencias. A simple vista, uno nunca adivinaría en ella la energía para el directo que la ha hecho famosa, como si el escenario la transformase en otra persona.
Por el contrario, Enrique, a pesar de su aspecto de andar por casa, tiene maneras de hombre de mundo y, claramente, está acostumbrado a tener el control de las conversaciones. No es en ningún caso pedante, pero sí muy articulado e irónico. Ha leído a Miguel Hernández, y asistido a exposiciones de Picasso. Ha conocido a Ava Gardner. Y puede hablar de todos ellos con la misma fluidez con que analiza la crisis de Medio Oriente.

-Mis maestros eran gente muy culta –recuerda él-, porque se formaron en los años veinte, cuando Manuel de Falla y Federico García Lorca acercaban al flamenco con la vanguardia. Pero mi generación, ya no tanto. Yo era muy bruto. Hasta los veintidós años no conocía más que Granada y Madrid. Recién en el 64, una compañía de baile me llevó a Nueva York. Y quedé impactado, no sólo por la cultura de la ciudad, sino por la violencia, los asaltos, los conflictos raciales, que aquí no había. Ahí descubrí el gran mundo. La mayoría de mi generación no tuvo esa opción. El descubrimiento de nuestros años fueron las drogas.
En efecto, en los años setenta, la muerte de Franco produjo grandes cambios para los artistas de música tradicional: desde la aparición del emblemático disco de Camarón La leyenda del tiempo, a finales de esa década, el flamenco empezó a mezclarse con nuevos estilos musicales y acercarse a públicos mucho más amplios, todo en una atmósfera nunca antes vista de libertad y permisividad.
Por primera vez, el flamenco empezó a mover dinero en cantidades insólitas. Los músicos de la edad de Enrique empezaron a vivir como estrellas de rock, lo cual incluía altas dosis de cocaína y heroína. El local que mejor encarna esos años de locura es el Candela, una cueva en el madrileño barrio de Lavapiés, refugio de artistas como Pedro Almodóvar o Miquel Barceló, y cuna de bandas como Ketama.
Hoy en día, la lista de habituales del bar se ha convertido en un triste obituario flamenco. Su administrador Miguel Candela fue hallado muerto en la calle del Olivar hace un par de años. El genial Camarón, que montaba ahí sus fiestas después de cada concierto, encadenó un ingreso tras otro en clínicas de rehabilitación, y murió a los 41 años. El potencial sucesor de Camarón, el jovencísimo Potito, destrozó su carrera y sólo salvó la vida ingresando en una Iglesia Evangélica. Ray Heredia, fundador de Ketama, fue arrasado por la heroína en 1991. Durante el velorio de este último, un furioso Enrique Morente irrumpió en el tanatorio y les gritó a los jóvenes que rodeaban el ataúd:
-¡A ver si os enteráis de que esto mata, coño! ¡Esto mata!
Estrella Morente reconoce que su padre vivió “momentos muy difíciles” debido a ese tema, “momentos de los que sólo le salvó su afición por la música”. Pero es difícil saber si esos momentos se debieron a adicciones ajenas o propias. Ante la pregunta sobre sus experiencias con las drogas, Enrique Morente sonríe, piensa lo que va a decir y responde:
-Nosotros salíamos por las noches a buscar guitarras y cantes. Mi droga es el cante y la guitarra.
Aún así, no resulta fácil imaginar a un hombre como él en plena movida de los ochenta tratando de hacer de padre o de imponer disciplina a los chicos. Fuese o no su droga el cante, Enrique no era el tipo de persona que se despierta a las ocho de la mañana para llevarlos al colegio. Tampoco podía exigir a sus hijos no rebelarse contra sus mayores, ya que a eso precisamente dedicaba su vida. Estrella recuerda al Enrique de su infancia con las siguientes palabras:
-Mi padre siempre fue una veleta. Un día era el más liberal y bohemio. Al día siguiente, el más quisquilloso, el que más problemas ponía.

-Es que con la paternidad uno no sabe ni qué hora es –se defiende Enrique-. Lo que más te preocupa en la vida son tus hijos, pero nunca te enteras de si lo que haces está bien o mal. Es muy difícil acertar.
Y esto, aunque parece decírmelo a mí, se lo está diciendo a ella.

La factoría de las chuletas

La casa de los Morente es una construcción típica del barrio granadino del Albaicín: paredes blancas, techos de tejas y espacios amplios para que el aire refresque. Situada en lo más alto de la ladera de la montaña, goza de una imponente vista de la Alhambra y la Sierra Nevada, y para aprovecharla mejor, los salones están en los pisos superiores, y los dormitorios, abajo.
En el interior, el mobiliario es clásico y confortable. Igual que sus ocupantes, la casa prefiere la comodidad al diseño, y la decoración es una especie de creación colectiva: en las paredes se mezclan sin orden aparente trofeos de la gloria flamenca y cachivaches de familia numerosa.
En el estudio del salón, bajo una foto original autografiada por Federico García Lorca, se amontonan los mandos de una Playstation. En una estantería, se exhibe la foto de Enrique recibiendo la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes de manos del rey Juan Carlos, y justo encima, la colección completa de Pipi Calzaslargas en VHS. Trajes de luces junto a fotos de bebés. Imágenes del Corazón de Cristo junto a afiches del equipo español de la última Eurocopa. Por los cinco dormitorios de la casa pasan con frecuencia los tres hijos y dos nietos de Enrique y Aurora, pero también amigos, productores, colegas y más de un periodista que les ha caído bien.
-Esta es la casa de todo el mundo –advierte Morente- pero no del mundo entero.
Y en esa casa, todo el mundo tiene que ver con la música. De hecho, toda la familia, los tres hijos y hasta los nietos, ha grabado con el padre, en los coros de su disco Morente flamenco. Y a los hijos menores, Soleá y José Enrique, los tientan las compañías discográficas. Le pregunto a Enrique si piensa producirlos también a ellos. Hasta ahora, ha trabajado con todos los discos de su hija, y ninguno más. Pero no tiene claro si hará lo mismo con todos sus herederos:
-En ese tema estamos ahora mismo. Yo siempre he procurado tratarlos a todos igual. Pero ahora ellos tienen mucha presión encima. No sólo su padre tiene un lugar, sino su hermana es una primera figura del flamenco. Es muy difícil arrancar una carrera así.
-Yo le pido a papá que produzca a mis hermanos –interviene Estrella, y otra vez siento que habla más para él que para mí-. Lo hará divinamente.
-Pero eso no basta –insiste él-. ¿Sabes cómo saber si un aspirante a torero va a ser bueno? Lo llevas a comer chuletas. Muchas chuletas. Si se las come, tiene futuro. Pero si no llega a la tercera chuleta, mejor que lo deje. Le hace falta hambre de toro. Ahora estamos en la etapa de ver si mis hijos se comen la tercera chuleta.
Con medio siglo de experiencia en el mundo flamenco, una de las palabras que más usa Enrique Morente es “etapa”. Tiene muy claro qué cosas puede hacer un artista al principio de su carrera, y qué cosas debe hacer después. Le entusiasman los riesgos, pero los tiene todos calculados.
Por ejemplo, Enrique ha emprendido experimentos tan extravagantes como tocar con el grupo subterráneo neoyorquino Sonic Youth. En cambio, Estrella no ha tocado rock, y esperó hasta su tercer disco para explorar géneros nuevos, entre ellos, el tango de Gardel al que puso cara Penélope Cruz en la película Volver. Sólo después de eso, se atrevió a darle su voz al Amor Brujo de Manuel de Falla, con acompañamiento de orquesta filarmónica. Con sólo tres discos en diez años, Estrella es una de las figuras más exitosas, pero también más parcas y pacientes del medio.
-Es que todo se nos atrasa siempre –explica Enrique-. Estrella vive en Málaga y tiene dos hijos. Los dos tenemos agendas muy recargadas. Así que avanzamos muy lentamente.
-Yo no voy lenta -replica Estrella-, es que tú vas muy rápido. Cada dos meses me viene alguien con un nuevo disco de Enrique Morente. Yo ya ni te sigo la pista.
-No tanto, mujer.
-¡Que sí! La semana pasada me mostraron uno que lleva una tirita en la portada ¿Ése es tu último disco, papá?
-A lo mejor. Yo tampoco lo sé.
El sentido del humor Morente tiene siempre el mismo leit motiv: “no somos tan importantes. Lo importante es ser natural”. Sin embargo, cuando vuelven al registro serio, reaparece el “pensamiento Morente”: etapas, todo por etapas y con paciencia, el éxito es como el escalafón de una transnacional, o los galones de un ejército.
-No hace falta apresurarse sino hacerlo bien –explica Estrella, siempre siguiendo la filosofía familiar-. Ahora, con la tecnología, cualquiera puede grabar un disco que suene profesional. En cambio antes, era tan difícil grabar que sólo los mejores llegaban a sacar discos.
-Es que antes no había industria –retoma su padre-. Yo grabé mi primer disco porque gané un concurso. Si no, hasta ahora seguiría inédito. Y tenía que grabar muy rápido. Me dejaban el estudio sólo de once a una de la tarde, porque luego llegaba la vedette de turno que salía en algún comercial de detergente, y el dueño nos quería fuera de ahí. Hoy hay mucho más dinero para estas cosas. Hoy hay un dinero que nunca hubo.
Le pregunto a Enrique si le molesta el rumbo actual de la industria. Si cree, como muchos otros músicos, que el arte se prostituye más hoy que antes. Enrique Morente es un hombre fogueado en entrevistas, que siempre tiene una respuesta respetuosa para todo el mundo. Pero su sinceridad a veces lo traiciona. Después de una disertación sobre lo bueno que es todo el mundo y lo maravillosos que son los artistas, admite, casi contra su voluntad:
-Lo malo es cuando tienen éxito las cosas que no te gustan.
El legado del rebelde
La rebeldía ha sido siempre la marca de la casa de Enrique Morente. En cierta ocasión actuó ante los exiliados republicanos en la sede del Partido Comunista en París. El poeta Rafael Alberti estaba entre el público, y sus amigos le pidieron a Morente que cantase letras de izquierda. Morente, incapaz de acatar órdenes, se despachó con una selección del más conservador cante jondo. Para presionarlo, Alberti subió al escenario y recitó letras sobre “San José Obrero y San Juan Pescador”, pero Morente no se amilanó. Mientras más lo apretaban, más de derechas se ponía.
En cambio, años después, cuando tuvo que cantar frente al Rey Juan Carlos, le dedicó una canción republicana.

-Cuando cantas, tienes que cantar con verdad –explica él-. La rebeldía no es una agresión, es simplemente la libertad de ser honesto con lo que llevas dentro en cada momento.

Y la rebeldía de Enrique no se limita a sus canciones. En su página web ha colgado un manifiesto sobre la situación en Palestina. Ha ofrecido conciertos para evitar la destrucción del barrio valenciano del Cabañal. En uno de sus espectáculos, se disfrazó de barbero para ridiculizar a los magnates financieros. Estrella, en cambio, ha mantenido un perfil político discreto. Le pregunto si se siente lejana a la política:
-Cuando te educan como a mí, es difícil mantenerse al margen de lo que ocurra. En el mundo hay cosas que decir. Y yo quiero hacerlo. Pero me siento lejana a los partidos. No sé por quién votar. Antes todo estaba más claro. Ahora no sabes bien dónde están los fachas. El fascismo aparece por todas partes.
-Hemos vuelto al principio –continúa Enrique-. Hoy, los hijos de los progres se van al botellón o cogen la peineta y la pandereta. No encuentran una salida a sus inquietudes. Pero yo creo que es importante preocuparse por el mundo a nuestro alrededor.
Les pregunto si ese mismo espíritu crítico se lo aplican a sí mismos, es decir, si aceptan con facilidad los juicios negativos sobre su trabajo. Al fin y al cabo, no todo han sido elogios en sus carreras. Muchos puristas critican los experimentos de Enrique. Y muchos fanáticos de Enrique consideran a su hija “demasiado comercial”. Enrique se apresura a responder:
-Acabo de leer una crítica del periódico sobre mí. Me llama “narcisista”. Pero en general es una reseña seria. El autor sabe de lo que escribe. Así que no me molesta. Lo que sí me molesta es la difamación. La crítica del flamenco siempre fue muy ignorante y caía con facilidad en el ataque personal. Eso ha cambiado. A ustedes –se vuelve hacia su hija- ya no les ha tocado sufrir eso.
-Yo leo todas las críticas sobre mí…
-Hay que leerlas –remacha doctoral Enrique.
-… Pero creo que cualquier obra de arte está por encima de cualquier crítica.
-No estoy de acuerdo –se opone su padre-. La crítica puede ser hasta mejor que la obra. Por ejemplo, en El perseguidor, el cuento de Julio Cortázar, el gran momento es cuando el narrador comprende al crítico de jazz…
-Pues esto se lo escuché a María Callas: “cualquier obra de arte está por encima de cualquier crítica”. Y a mí me parece muy cierto.
Estrella corta la discusión con un gesto de la mano. Por lo general, para las grandes lecciones, Estrella remite a su padre. Y cuando las preguntas demandan alguna opinión comprometedora, deja discretamente que responda él primero. Pero está claro que cuando ella cree firmemente en algo, eso va a misa. Ella se deja guiar por la experiencia, pero sus certezas son inamovibles. El mismo principio parece regir para su carrera. Según Estrella:
-Para mí, ser hija de Enrique Morente sólo ha tenido ventajas. Mi apellido me ha abierto muchas puertas. Pero si no tienes un talento propio, se te vuelven a cerrar. Tienes que escuchar a los que saben pero desarrollar un estilo que sea sólo tuyo.
En ese proceso, Enrique es consciente de la delgada línea entre la colaboración y el estorbo. Aunque produce los discos y asesora las decisiones de su hija, siempre ha tratado de mantenerse al margen de su imagen pública. Sólo después de años de carrera solista, los dos se han reunido para alguna que otra actuación en vivo, y no muchas veces. Y según ellos, en esos directos, mucho más que en los discos, las tensiones paterno-filiales se vuelven difíciles de manejar. Enrique le dice:
-Durante las pruebas y los ensayos, descuido mi propia preparación porque estoy pensando en que estés bien tú.
-Y yo en que estés bien tú –responde ella.
Los dos intercambian una mirada de orgullo mutuo. Por las ventanas se filtran las fachadas blancas y el sol del Albaicín. El ingeniero de sonido ha regresado y los Morente van a bajar al estudio, a continuar con su grabación.
Antes de despedirme, les pregunto si planean seguir trabajando juntos en todos los discos de Estrella.
Enrique se apresura a responder:
-Yo le he preguntado muchas veces a Estrella: “¿No has pensado en llamar a otro productor?” –pero luego, como a lo largo de toda la charla, se vuelve a hablarle a ella-. A lo mejor te conviene. Para que no esté papaíto ahí siempre…
Pero Estrella no responde. No hace falta, en realidad. Igual que años antes, cuando le preguntó si sería cantante o cantaora, él ya conoce la respuesta.